De la captura de Tom, me llamaron la atención, más que las imágenes del capo, las fotografías que daban cuenta de la escena, de la evidente ausencia de gusto del lugar, del jolgorio y de los abalorios del invitado, nada nuevo en ellos; pensé al verlas en lo bastante que nos vamos pareciendo a eso, porque uno casi siempre termina pareciéndose a lo que más odia. El escenario no podía ser más patético, los enormes materos pintados de blanco y rojo que parecen ser el resultado de la hibridación de estéticas griegas y quimbayas, la pipeta de gas decorada con dibujos, la enorme cabeza de un indio tallada y pintada que presidía el ingreso al kiosko, las mesas y los manteles dorados y tan brillantes como las cachas de pistolas y revólveres, las sillas...