Es frecuente que, enredados en las generalizaciones políticas, una mayoría de estadounidenses asuman a Latinoamérica como una mezcolanza de repúblicas bananeras muy similares todas a México. De su Río Grande (nuestro Río Bravo) para abajo todo como una misma tierra, herencia española, que lleva dos siglos en la lucha sangrienta y miserable contra su propia corrupción.
La descripción nos molesta a los latinoamericanos, por supuesto, que sentimos que en medio de los aires de superioridad del norte, se difuminan las cualidades y se banalizan los problemas de países que, aunque hermanados, son profundamente distintos los unos de los otros. Ni Argentina es Chile, ni Chile es Perú, ni Perú es Ecuador, ni Ecuador es Colombia. Que Colombia difiere mucho...