La desaparición de los partidos políticos tradicionales estaba pronosticada. Antes duraron demasiado. Por lo menos cuarenta años atrás un fogoso líder progresista los había llamado montoneras desechables, que se fundaban para desaparecer el día de elecciones, ganaran o perdieran. Dilapidaron todas las oportunidades de rehacerse, ponerse al día en programas y estructuras operativas, servirle al bien común y resistir los halagos y perversiones del poder. Nunca funcionaron como organizaciones instituidas.
Aunque la crisis del sistema de partidos es global, en países que nos aventajan en cultura democrática no es fácil que se repita la historia y se facilite el regreso del fascismo, el nazismo y los demás extremos, porque al menos han sostenido...