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En el momento en que uno se jubila, el ingreso se convierte en una fracción muy modesta de lo que se ganaba antes. La pensión no alcanza a ser, como en mi caso, ni siquiera el 6 por ciento del último salario. Así las cosas, si en la vida laboral no se ha presupuestado bien el futuro, la situación será difícil de solventar. Una manera de preverlo es no solo ahorrar, sino también no acostumbrarse a cosas innecesarias, suntuosas e inútiles y, a vivir modestamente. En definitiva, a nunca confundir lo propio con lo ajeno.
Esa conclusión vital, que no es mía, me conmovió profundamente. Es parte del pensamiento de uno de los más poderosos ejecutivos que haya tenido la historia del empresariado colombiano. Esa conclusión vital proviene de Nicanor Restrepo Santamaría, un modelo de líder que se jubiló a los 62 años.
“Cuando se ocupa una posición como la que tuve al final, se tienen unos privilegios que corresponden a la empresa”, advirtió. No es una frase que provenga de un gerente cualquiera, se trata de uno al que le tocó formar a muchos de los ejecutivos más importantes del país.
Con esas palabras de Nicanor en la mente, quiero invocar el título de un libro escrito por Primo Levi, testigo y víctima de las atrocidades del Holocausto en Auschwitz. Si esto es un hombre, es la obra de Levi que me da pie a afirmar que sí, que Nicanor sí fue un hombre, un hombre que representó esa integridad tan devaluada hoy en día.
Referirse a la vida y obra de una persona que rompió todos los paradigmas de la condición humana, como Nicanor, no es sencillo. De hecho, tras su reciente muerte, los medios se desbordaron en elogios. Si este es un hombre -como lo fue Nicanor- pareciera que no hay otro. Y no lo hay, impotente lo advierto, porque en Colombia somos testigos diariamente de graves escándalos de corrupción que oscurecen no solo la esfera pública, sino también la privada.
Muchos de nuestros empresarios se alían para esquilmar el bolsillo de los colombianos, evidencia de ello son los llamados carteles de pañales, papel higiénico, cuadernos, azúcar y seguridad privada; sumado a ello el escándalo por pagos de comisiones de un directivo de una multinacional a un ejecutivo de Ecopetrol, a cambio de asignarle un contrato. El más reciente escándalo cobijó, vergonzosamente, a la Corte Constitucional.
No hay duda de que en el país la corrupción es tan nefasta como la violencia. Según un reciente estudio de la Universidad Externado de Colombia, el 93 por ciento de los empresarios ofrece sobornos. Otro informe presentado por la consultoría mundial Koll, afirma que en Colombia una de cuatro empresas se ven afectadas por la corrupción. Es típico el fraude financiero interno, el soborno y el fraude de proveedores. En la mayoría de los casos, los cerebros de la corrupción están en el nivel intermedio, tanto en el sector público como en el privado, sin descartar que en el nivel alto también hay casos importantes.
La corrupción alimenta el crecimiento de las empresas criminales y eso tiene un efecto final en la sociedad. Por eso, frente a esta avalancha de escándalos, podemos asombrarnos con ese gran hombre que fue Nicanor Restrepo. Y valga la pena recordar esa frase tan simple pero tan potente: no hay que confundir lo propio con lo ajeno.
