No ha querido entender en su arrogancia provocadora el presidente Santos que después de las elecciones plebiscitarias, el Acuerdo habanero quedó –como decía alguien– no de salón de maquillajes sino de sala de cirugía para operación a corazón abierto. Le llegó la hora de bajarse unos escalones de su inocultable dogmatismo para reconsiderar con tolerancia las propuestas de sus contrapartes en las negociaciones. No puede poner ultimátums a su capricho, porque es un perdedor electoral y tal condición lo obliga a dialogar –máxime como jefe de Estado– sin altanerías, para propiciar un Acuerdo Nacional como lo exigen las fuerzas vivas y sociales de la nación.
Pero mientras el país rueda en medio de incertidumbres, de paradojas, e interpretaciones enmarcadas...