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Ángela Marulanda
Columnista

Ángela Marulanda

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No es el amor sino el temor

Por

Ángela Marulanda

personal@angelamarulanda.com

Hasta hace poco no se permitía que los niños salieran a ninguna parte sin que los padres supieran exactamente a dónde iban, con quién iban, a qué iban. Y tampoco se les daba todo lo que pedían ni se les permitía hacer lo que querían. Pero ahora no solo tienen muchas cosas y pocos límites, sino que también tienen demasiadas libertades y menos supervisión que nunca.

Hoy en día desde muy jovencitos los hijos organizan toda suerte de paseos, bailes, rumbas, fiestas en piyama, “fogatas...”, no solo los fines de semana sino casi toda la semana. Lo curioso es que, a pesar de tener tantos privilegios y entretenciones, nada les entusiasma mucho y para mí tengo que es porque están hastiados debido a que lo han tenido todo, lo han visto todo y lo han hecho todo.

Gracias al consumismo y a la búsqueda desaforada del placer que promueve la sociedad de consumo en que están creciendo las nuevas generaciones, los padres se sienten obligados a mantener a los niños complacidos y divertidos a todas horas. Y por eso, todo lo que les proporcione diversión o placer, indistintamente de si está bien o mal, se permite que lo hagan.

Parece que hemos asumido que nuestras obligaciones como padres incluyen asegurarnos que los hijos “vivan felices”. Y por eso, aunque tratemos de darles una buena formación, los niños corren ahora más riesgo que nunca de hacer lo que no deben porque no saben autocontrolarse, gracias a que se les hacen muy pocas exigencias y se les dan demasiados privilegios.

Así mismo, como la vida ya no se rige por normas y principios sino por apetencias y opiniones, se justifican toda suerte de locuras so disculpa de que “todo el mundo lo hace” o que “juventud no hay sino una”, sin tener en cuenta que vida también solo hay una y que tienen que pagar caro si la arruinan.

Amar a los hijos no es darles todo lo que se les antoja o complacerlos por temor a que se molesten. Vale la pena preguntarnos si lo que estamos haciendo es para su conveniencia o para la nuestra: porque no queremos verlos tristes y porque tememos a que se pongan furiosos. Y así es el temor al conflicto y no el amor por los hijos el que nos guía como padres.

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