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No más reformas jurídicas

Por

ana cristina aristizábal uribe

anacauribe@gmail.com

No sé quién trazó las bases jurídicas que permitieron al país llegar al caos en que se encuentra, pues muchos de los problemas que hoy vivimos, de orden moral, en muchos casos fueron acciones ajustadas a leyes, decretos y reformas. (No siempre lo legal es moral). Lo que estamos viviendo ya no es un problema de legalidad, sino de moralidad.

Aunque cada nuevo presidente dizque traza las reformas jurídicas “que ahora sí enderezarán el camino torcido”, lo cierto es que cada vez más el país se hunde en el caos de la corrupción. Desde hace más de 20 años estamos creyendo que “ahora sí tocamos fondo...”, solo que cada año descendemos a fondos más bajos.

Lo único claro es que tendremos que hacer un gran esfuerzo para entender que no se trata de expedir más y más leyes, decretos, reformas. Lo que falta es dimensionar que la ‘ley del más vivo’ nos está retrocediendo a la ley de la selva, imponiendo costumbres y antivalores que agujerean las únicas raíces que sostienen la sociedad, independientemente del número de leyes, decretos y reformas que legalmente la sustentan. Las leyes se multiplican cuando la moral falla: si el comportamiento moral es suficientemente maduro y sólido, la ley, per se, sería innecesaria.

Cada vez se hace más claro, porque los hechos semanales así lo indican, que tendremos que hacer grandes inversiones en educación moral, que nos permitan entender que las actuaciones egoístas y ambiciosas en la historia de la estupidez humana demuestran que el primer destruido es el que las emprende y que además arrasa el futuro de los propios hijos.

Aunque todos sabemos que el problema de la corrupción es grave en el país y que hay que combatirlo no solo con cárcel, no se ve que el mismo Gobierno emprenda soluciones de fondo en la educación ética. El caso es tan dramático que ya es necesario una especie de alto en el camino para emprender una cruzada duradera en el tiempo que enfrente esta situación, de tal manera que se renueven las próximas generaciones, antes de que el país sea moralmente inviable.

La educación ética que necesitamos no está atravesada por el anacronismo de los tintes políticos, sean nuevos o tradicionales. Se trata simplemente de aceptar la vieja premisa, tan antigua como el mismo hombre, de que el otro me es absolutamente necesario y que por lo tanto su bienestar también es mi responsabilidad (“Trata al otro como quieres ser tratado”).

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