Este es un valle de contrastes: mientras a las cuatro de la tarde del viernes 23 de noviembre estallaba una granada en un callejón de la Comuna 13, cuyas esquirlas cribaron el cuerpo de un menor de 13 años, en el Parque Principal de Envigado la muchedumbre esperaba que a las 7:00, al caer la noche, se encendiera el alumbrado navideño. Solo una línea recta de unos 7 kilómetros separaba aquellas dos realidades.
Así es el imaginario de esa metrópoli que el país y el mundo llaman, genéricamente, Medellín. Una urbe que se cree recuperada de sus violencias, pero que a diario recoge y entierra gente asesinada con pasmosa frialdad e indiferencia.
Es la misma donde hace cuatro y cinco años su entonces alcalde Aníbal Gaviria se molestaba cuando le preguntaban...