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Fernando Henrique Cardoso
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Fernando Henrique Cardoso

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OPOSICIÓN Y RECONSTRUCCIÓN

Por

Fernando Henrique Cardoso

redaccion@elcolombiano.com.co

En las últimas semanas he dado entrevistas a periódicos y televisoras, quizá más de lo que debiera o de lo que recomendaría la prudencia. ¿Por qué? Los medios de comunicación andan en busca de quien diga lo que piensa sobre el “caos” en que al parecer está hundido Brasil y es necesario que se escuchen las voces de la oposición.

La crisis actual marca el final de un periodo, aunque todavía no haya una percepción clara de lo que vendrá. En crisis anteriores, las fuerzas opuestas al Gobierno estaban organizadas y tenían objetivos definidos. En todos esos casos, antes del desenlace ocurrió la mengua de la capacidad de gobernar del Gobierno y los opositores tenían una visión política alternativa con implicaciones económicas y sociales, aunque se tratara fundamentalmente de crisis políticas.

¿En qué se distingue el “caos” actual? En que es más bien la expresión directa del agotamiento de un modelo de crecimiento de la economía, aunque todavía no se vea de dónde vendrá el nuevo impulso económico. Más que una crisis pasajera, el “caos” actual revela el agotamiento económico y la fatiga de las formas político-institucionales vigentes. Será necesario, por lo tanto, actuar y tener propuestas en varios niveles. Aunque haya alguna similitud con la situación enfrentada en la crisis de Goulart, no por eso la “salida” deseada es el golpe y mucho menos militar. No hay presiones para derribar al Gobierno y todos queremos mantener la democracia.

Me explico: La pretensión hegemónica del lulo-petismo (la política del expresidente Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores) se asentó hasta la crisis mundial de 2008 en la coincidencia entre la enorme expansión del comercio mundial y el alto precio de las materias primas, con la continuidad de las buenas prácticas económicas y sociales de los gobiernos de Itamar Franco (1992 a 1995), Fernando Henrique Cardoso (1995 a 2003).

Estas prácticas se expandieron en el primer mandato de Da Silva, a lo que se sumó la reacción positiva a la crisis financiera mundial. A lo largo de su segundo mandato, el lulo-petismo asumió aires hegemónicos y, al mismo tiempo, obtuvo la aceptación del pueblo (empleo elevado, subsidios familiares, aumento del salario mínimo) y el consentimiento de los sectores económicos.

Solo que el boom externo se acabó, las arcas del Gobierno se agotaron y la gallina de los huevos de oro de la “nueva matriz económica” -crédito amplio y barato y consumo elevado- perdió condiciones de sustentabilidad. Y eso en el preciso momento en que el gobierno de Dilma Rousseff ponía el pie en el acelerador en vez de navegar con prudencia. De ahí que el discurso de campaña haya sido uno y la práctica real del gobierno, otra cosa. A eso hay que sumar la crisis moral, en la que el escándalo del “Petrolão” (la corrupción e incompetencia en Petrobras) no es el único caso.

La oposición debe de empezar a trazar otra trayectoria en la economía y en la política. Ya que además de económica y social, la crisis es de confianza (el gobierno perdió apoyo y credibilidad), comienzan a surgir voces en favor del “diálogo” entre la oposición y el Gobierno. Problema: ¿Dónde está el límite entre el diálogo político y las maquinaciones, o sea, la búsqueda de una tabla de salvación para el Gobierno y para los que están acusados de corrupción? La reconstrucción de una vida democrática saludable y una salida económica viable requieren “poner en limpio” al país: que prosigan las investigaciones y que se cumpla la justicia. Al mismo tiempo hay que reconstruir nuevos modos de financiamiento de las instituciones políticas y de las prácticas económicas.

Sé que no basta reformar los partidos y el código electoral. Pero es un buen comienzo para la oposición que, además de salir a las calles para apoyar los movimientos populares moralizadores y reformistas, debe asumir su responsabilidad en la conducción del país hacia tiempos mejores. De este gobierno hay poco que esperar, incluso cuando trata de corregir el rumbo presionado por las circunstancias. Tanto como de popularidad, carece de credibilidad.

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