óscar domínguez g.
Para no pasar de incógnito en la vida, propongo el verbo palinurear, en la acepción de visitar la librería Palinuro, de Córdoba entre Perú y Caracas.
Se llega pilao: Active el GPS olfativo y la quevedesca nariz lo llevará a esa tierra prometida de libros leídos. Y de otros sobre los que el ojo del hombre no ha puesto el pie.
Bibliotecarios -estrepitosas felicitaciones hoy en su día- y libreros de viejo o de nuevo, son necesarios como el pan, el vino, la leche, la nostalgia, el olvido, la soledad, la calle, el sueño, un enemigo leal, un traidor desleal, el silencio. Cumplen la obra de misericordia de dar de leer al alfabeta.
Después de estar en Palinuro provoca creer en Dios, así uno de sus inspiradores se haya regalado el ateísmo. (Dios tampoco cree en él, diría Ñito Restrepo).
Aunque la burocracia palinuresca es mínima, casi dejo la hoja de vida. Serviría los tintos. Cuando la visité avanzaban dos conversaciones en mesas separadas. Paré la oreja.
Se revolcó Carreño en su tumba pero se alegró Antonio Tabucchi, quien sugiere estar atentos porque en cualquier charla puede saltar la liebre de una buena historia.
Como ya no puedo tomar agua y ver televisión al tiempo, como le pasaba al presidente Bush, no recuerdo nada de lo oído. ¡Por caridad, Herr Alois Alzhéimer, no me quieras tanto!
Tampoco me pude concentrar en el menú libresco. Acumulé ganas para otro día. Se me quedó el segundo piso por raquetiar.
Pensé: me subo y estos amigos que “no saben quién soy yo...” me van a confundir con un escapero de esos que idolatran las viejas ediciones de Aguilar. (Saben que muchas bibliotecas están habitadas por libros de parientes o amigos que se descuidaron).
Como tengo suerte de tahúr principiante, debo a un librero el goce pagano de haber reencontrado una de las primeras novelas que leí: Genoveva de Brabante.
El samaritano es Jorge Orlando Melo cuando era director de la biblioteca Luis Ángel Arango. Tiene estatua en mi corazón de mal lector. (Responsabilizo de la merma en las lecturas a internet, ladrona del tiempo libre).
Además de calmar las ganas de palinurear fui a preguntar por dos libros a los que les tengo montado bloque de búsqueda. La novela del ajedrez, de Stefan Zweig, y Conversación con Marcel Duchamp, de Pierrre Cabanne.
(Bueno, ya conseguí el libro de Zweig. Falta el otro, le comenté al mosquetero Luis Alberto Arango, quien es el norte, sur, oriente y occidente de esa zona de distensión que es Palinuro. Los demás mosqueteros son Elkin Obregón, Héctor Abad y Sergio Valencia). Se trata de consentidos que tienen los libros por cárcel, otra acepción de “palinurear”.
Ojalá aparezca la conversación con Duchamps. De pronto duerme en la biblioteca de algún inminente difunto ilustrado... posible jíbaro (=proveedor) de la librería.
(www.oscardominguezgiraldo.com).