El amor no entiende de colores. El odio sí. El amor no exige árboles genealógicos en los que todas las ramas sean de la misma estirpe. El odio sí. Para los que aman, dan igual un par de ojos negros, verdes o azules. Para los que odian, no. Tampoco el color del pelo. Ni si los cabellos son rizados o lacios. Para los que aman, la diversidad es una bendición. Para los que odian, también. Pero solo porque les permite imaginar que son superiores por una mínima variación genética que cambia el tono de su piel o el brillo de su mirada. Imaginan que el hecho de que las pieles huelan distinto, como los cueros de distintos animales, les confiere a las suyas propiedades mágicas, casi divinas.
El racismo es la aberración más indigna de nuestras sociedades....