A todos los que apostamos porque el conflicto termine por la vía del diálogo y la negociación, las Farc acaban de dejarnos sin argumentos para contener a una ciudadanía indignada y furiosa ante lo que a todas luces fue la masacre de diez soldados (otro tiene muerte cerebral), por demás muchachos sencillos de abajo, del puro pueblo al que la guerrilla siempre ha dicho defender.
Ya habían pasado cuatro meses desde que decretaron la tregua unilateral, así que no puede atribuirse ningún error de comunicaciones o falta de información de sus frentes. Por eso qué decir sino que fue la matanza deshonrosa, sobresegura, cobarde e inútil de aquellos jóvenes que se resguardaban de la lluvia bajo el techo de una “cancha polideportiva” de vereda.
Sin muros, apenas con una barricada, a metro veinte del piso, hecha con sacos de arena. Arriba las tejas grises típicas sostenidas por una estructura metálica roída por el óxido. Una “base militar” improvisada que se estremeció y casi debió desbaratarse con las primeras granadas y ráfagas de fusil.
Y me perdonan la expresión del título, pero fue así: cercados por el fuego a mansalva de la artillería guerrillera los soldados sufrieron quemaduras, mutilaciones y perforaciones. Intentaron responder, pero todo estaba calculado por los subversivos que llegaron vestidos de negro y aprovechando la noche.
Lo más deplorable es que no hubo ningún combate, ninguna oportunidad de que los soldados pudieran reaccionar. Apenas un asalto rápido y demoledor contra un pelotón confiado en la promesa del enemigo de que no iría a atacar las posiciones del Ejército. Ese era el sentido de la tregua unilateral de las Farc: que solo se defenderían y combatirían si el Ejército hostigaba o entraba a sus territorios y campamentos. Pero es obvio que la cancha desnuda de la vereda La Esperanza, en Buenos Aires, Cauca, apenas era un pedazo, un rincón de un pueblito que los soldados ocupaban sin prevenciones.
Las Farc han sumado a su prontuario otra masacre que justifica a quienes quieren borrarlas de la historia, y sobre todo del presente y del futuro de Colombia. Lo que pasa es que quienes esperamos que desaparezcan dejando los uniformes y los fusiles, para trabajar por el país desde la orilla de la política y la civilidad, nos quedamos mudos para responder a aquellos que preferirían ver chorrear su sangre.
Este episodio les pone tareas urgentes a los negociadores. La más importante: avanzar con rapidez a la Terminación del Conflicto Armado. No esperábamos que dos años y medio después de las conversaciones, con una tregua unilateral que creímos honesta y firme, las Farc nos dejaran diez soldados despedazados sobre la mesa. Y todo ello sin el gesto humano, necesario y humilde de pedirle perdón al país. Apenas una retahíla justificatoria que acaba de indignar y poner a rabiar más a la gente .