Cada final de año cuando llega diciembre, oímos, decimos casi lo mismo: que este año sí compro apartamento, carro nuevo, me caso, bajo los kilos de más, me lanzo a ese puesto. Unos ni siquiera hablan de resoluciones porque no las tienen, están contentos así o dudan que los propósitos se cumplan. Otros evaden el tema para no entristecer y por eso siguen madrugando al trabajo tedioso, hablan mal de los políticos pero no van a votar o se siguen despertando con la persona que no quieren. Y tal vez es esa mezcla de melancolía por lo vivido y la ilusión del después lo que nos lleva a celebrar el 31 de diciembre.
En esta ciudad tengo una amiga que cuando el reloj marca las doce abraza a la familia y sale a recorrer el barrio con maletas para poder viajar...