Una organización que aboga por disidentes debe aceptar la disidencia entre sus filas. En la última semana, el Centro Americano PEN ha sido criticado por muchos escritores, incluyendo a algunos de nuestros miembros, por nuestra decisión de otorgar el Premio PEN/Toni y James C. Goodale al Coraje de Libre Expresión a Charlie Hebdo, la revista satírica francesa que fue el blanco de un ataque asesino en enero. El agitado debate demuestra la relevancia de los grupos dedicados a la libertad de expresión. También demuestra que en una sociedad abierta, las personas bien intencionadas con valores compartidos pueden interpretar y sopesar los principios de maneras distintas.
Aunque la censura tradicionalmente ha sido más que todo el campo de gobiernos, los intentos por limitar la expresión asimismo son asumidos por justicieros que emplean amenazas y violencia. En los últimos meses hemos observado tiroteos en Charlie Hebdo y en un evento por la libre expresión en Copenhague; el asesinato a machetazos de dos blogueros ateos de Bangladesh, uno de ellos americano; una amenaza de muerte contra un caricaturista político australiano; y un activista social pakistaní muerto a tiros.
Estos atrevidos ataques son cometidos con la intención de aterrorizar a un público global y silenciarlo en cuanto a temas que, aunque sagrados para algunos, afectan a muchos otros y no deben ser excluidos del debate. Aunque éste está lejos de ser el único asunto que se refiere a libre expresión en la larga agenda de asuntos americanos y globales que tiene PEN, el aluvión de asesinatos le da una urgencia particular.
Grandes satíricos, Jonathan Swift, Rabelais, Voltaire, Alexander Pope, Mark Twain, Stanley Kubrick, todos han ofendido y han sido vituperados por ello; Daumier fue encarcelado después de dibujar a un rey grotescamente obeso excretando favores. La sátira con frecuencia es vulnerable a ser interpretada como discurso de odio, especialmente como reacción inicial. Muchas voces contemporáneas americanas se burlan de vulnerabilidades como una forma de desenmascararlas, piense en Joan Rivers, Richard Pryor, Eddie Murphy, Louis C.K., ‘South Park’ o ‘The Colbert Report’.
Seis escritores de tremenda distinción -Peter Carey, Teju Cole, Rachel Kushner, Michael Ondaatje, Francine Prose y Taiye Selasi- nos han enviado notas indicando que no se sienten cómodos asistiendo a nuestra gala el martes, a propósito del premio. Muchos otros escritores distinguidos, incluyendo a Paul Auster, Adam Gopnik, Siri Hustvedt, Porochista, Khakpour, Alain Mabanckou, Azar Nafisi, Salman Rushdie, Simon Schama y Art Spiegelman- se han pronunciado (algunos públicamente y otros en privado) en apoyo al premio. Nuestra meta ha sido evitar una operación binaria reductiva; esta es una pregunta matizada, y todos estos escritores han ofrecido argumentos moralmente persuasivos.
Al otorgar este premio, PEN no está respaldando el contenido o la calidad de las caricaturas, excepto para decir que no creemos que constituyen discurso de odio. El asunto para nosotros no tiene que ver con si las caricaturas merecen o no un premio por mérito literario, sino con determinar si eso descalifica a Charlie Hebdo de ganarse un luchado premio al coraje. (La gala del martes también hará homenaje a Khadija Ismayilova, un periodista azerbaiyano encarcelado por exponer corrupción desenfrenada).
El asesinado director editorial de Charlie Hebdo, Stéphane Charbonnier, dijo que su meta era “trivializar” todas las áreas de discusión que eran demasiado tensas para discutir. Él sostenía que generaciones de sátira del catolicismo habían llevado a que la burla, y por lo tanto la discusión legítima del tema, fueran inocuas, y pensaba que lo mismo podía lograrse con el Islam y otros temas.
El hecho de que las caricaturas no eran intencionalmente racistas no las excluye de ser vistas como racistas. Las caricaturas pueden ofender, y lo hacen. Sin embargo, Christiane Taubira, la ministra de la justicia francesa de raza negra quien fue parodiada como un mico en una caricatura vergonzosa, ofreció una elegía conmovedora en el funeral de uno de sus supuestos atormentadores, Bernard Verlhac, conocido como Tignous, al decir que “Tignous y sus compañeros eran centinelas, vigilantes, quienes cuidan sobre la democracia,” y previenen que sea apaciguada en la complacencia.
Las caricaturas de Charlie Hebdo resisten los esfuerzos de los extremistas religiosos por rediseñar los límites de la libre expresión usando violencia. Lo hacen en defensa de normas a las que se suscriben las sociedades libres. La discriminación contra los musulmanes en el occidente es un asunto serio. También lo es el fundamentalismo, islámico o de otro tipo. Alimentándose la una al otro, ambos males son una amenaza contra las libertades civiles y rompen las estructuras sociales. Pero un comunicado o un premio que se refiere a un problema no niega ni apoya al otro. La inquietante falta de respeto general hacia los musulmanes en Francia no le quita el coraje a Charlie Hebdo por defender el derecho a ser irrespetuoso.