Cien años después de la reforma universitaria de Córdoba y de la publicación del Manifiesto Liminar dirigido “a los hombres libres de Sudamérica”, conceptos esenciales como el de libertad de cátedra siguen sin decantarse y persisten sectores del profesorado y los demás estamentos que los ponen en cuestión.
Piensan que es aceptable negar la controversia civilizada, la expresión autónoma de los estudiantes, a los que se somete a la condición de espectadores pasivos y silenciosos, invalidados como interlocutores capaces de oponer argumentos a los discursos dogmáticos de profesores radicales acostumbrados a lavar cerebros juveniles y hacer proselitismo político. No quieren saber de diferencias ideológicas.
La libertad de cátedra debe ser de doble...