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Santiago Silva Jaramillo
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Santiago Silva Jaramillo

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Prevenir un desastre es un asunto de política

Por Santiago Silva Jaramillo

La mayoría de los desastres naturales no son precisamente eso, naturales. Suelen ser humanos e, incluso, si exprimimos las circunstancias en busca de explicaciones, la mayoría tiende a responder a riesgos socio-políticos.

Me explico.

En la madrugada del pasado lunes 18 de mayo, bajo la oscuridad de una noche de tragedia, la quebrada La Liboriana, que atraviesa el municipio antioqueño de Salgar, en el Suroeste del departamento, se desbordó llena de lodo, rocas y palos, llevándose con la corriente docenas de casas construidas sobre sus orillas y matando a más de setenta personas.

“Difícil preverlo” han dicho algunos, “¿cómo adelantarse a la naturaleza?” se preguntan, encogidos de hombros, otros. Pero aunque los accidentes sí son un capricho del azar, la mayoría suelen estar anunciados, sobre todo las “pequeñas tragedias” como los desbordamientos y deslizamientos, que responden más a circunstancias locales que a grandes movimientos ambientales. De hecho, el calentamiento global no es el culpable –al menos hasta ahora- de la mayoría de las emergencias en el país, sino las imprudencias y realidades sociales de las localidades.

En efecto, que la ocurrencia de estos desastres dependa de la fortuna, no quiere decir que la preparación o mitigación de sus efectos no puedan hacerse de forma preventiva. Sobre todo los que tienen su causa y su solución en asuntos de política, como la ubicación de las viviendas en zonas de riesgo o la sobreexplotación forestal sobre las riberas de los ríos o las laderas de las montañas.

Porque dudo mucho que las personas que vivían al lado de la quebrada La Liboriana en Salgar lo hicieran por la vista. La ubicación y los materiales de sus viviendas responden más a asuntos de pobreza, poca planeación y un control urbanístico deficiente. De hecho, la prevención local es difícil, pero posible. Y debe partir de una regla general, pero sobre todo, del sentido común público: ningún ser humano debería vivir justo sobre la ribera de un río o quebrada, o en la ladera de un volcán o una montaña con inestabilidad geológica, o entre estrechas callejuelas hechizas en una casa de material. Estas circunstancias son simplemente tragedias esperando a ocurrir, abandonadas al azar de los caprichos de la naturaleza.

Pero ahora, ante la tragedia, la actividad gubernamental se agita, como si hacer “mucho” ahora compensara haber hecho poco antes; la preocupación que queda es la de las lecciones no aprendidas, que en los gobiernos local, departamental y nacional conozcan el problema pero lo ignoren, o lo atiendan con lentitud, que viene siendo lo mismo. Al final, incluso el Plan de Desarrollo de Salgar reconocía el riesgo, señalaba el peligro. Prevenir es posible, pero al parecer, políticamente difícil de poner en práctica.

Y así nos quedamos esperando a que el azar vuelva a hacer de las suyas, que la naturaleza y la fortuna nos traigan una nueva tragedia.

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