Había una tienda en la cuadra del viejo barrio de mi juventud, una sola. El dueño se llamaba don Tulio y era el papá de los cascarrabias. No eran tiempos de llevar bolsas de tela para hacer las compras. Si acaso se había superado, aunque no del todo, la antihigiénica práctica de envolver las cosas en papel periódico y apenas estábamos conociendo las bolsas de papel Kraft, pero don Tulio sí que sabía tasarlas.
— Don Tulio, que si le manda a mi mamá un quesito, un pan de cien y dos plátanos verdes.
El viejo tendero gruñía mientras ponía los productos sobre el mostrador de madera, donde un gato hacía una siesta que parecía eterna.
— Don Tulio, ¿me puede envolver el quesito, por favor?
— ¿Y en qué quiere que se lo envuelva? ¿En huevo? ¡Llévelo así!...