Hace mucho tiempo, un grupo de estudiantes de quinto de bachillerato, entre los que me contaba, llegó a su primera clase de química. El profesor –de cuya excentricidad fue dando muestras a lo largo del año– nos llevó de inmediato al laboratorio. Una vez allí tomó un matraz y le echó un polvo, “veneno” dijo; luego otro y repitió “veneno”, luego otro también mortal. Echó agua y el matraz empezó a despedir una nubecita de gas. El grupo que andaba concentrado se dispersó. Entonces el profe lo cogió y se tomó la mezcla. Todavía no pasábamos el susto cuando concluyó: “alka seltzer”.
Lo primero que aprendí en las clases de química era que un veneno más otro veneno podía ser una medicina o un elemento indispensable para la vida humana; que todo depende...