Preferiría no regresar al tema architrillado de las crisis que nos alcanzaron en Brasil. Pero es difícil. Muchas veces, tocan el bolsillo y el alma de las personas. En la última semana, el inicio de la recesión repercutió fuertemente en la tasa de desempleo. Considerando tan solo las seis metrópolis principales, fue de 6.2 por ciento, la tasa más alta desde 2001.
La compañía de Petróleo Brasileño, Petrobras, al tratar de darle la vuelta a una página de su historia reciente, puso en evidencia que el “propinoducto”, si bien fue enorme (6.000 millones de reales), es incomparablemente menor que el “asnoducto”, la serie de proyectos megalómanos y mal hechos: 40.000 millones de reales. Son cifras casadas, pues mientras peores y más incompletos eran los proyectos de obras, más fácil se volvía aumentar su costo y desviar el dinero para fines personales o partidarios. El sector eléctrico fue víctima de males semejantes y no es el único sector en el que se han hecho públicos los desmanes.
Presionado por las circunstancias, el gobierno tuvo que entregar el mando económico a quien piensa diferente de los autores de la “nueva matriz económica”, tan celebrados por los círculos petistas (los del Partido de los Trabajadores) y adyacentes. Esta habría descubierto la fórmula mágica de la prosperidad: más crédito y más consumo. La inversión, ahora bien, es consecuencia del consumo ... sin que se necesitara poner atención a las condiciones de credibilidad de las políticas económicas.
Las consecuencias están a la vista: llegó la hora de apretarse el cinturón. Como cualquier gobierno responsable -antes se diría, erróneamente, liberal- el actual comenzó a recortar gastos y restringir el crédito. Hay menos recursos para empréstitos, más obras suspendidas, mayor desempleo y así vamos en una espiral de amarguras, fruto de la corrección de los desaciertos del pasado reciente.
No quiero ser pesimista. Pero lo que más hace falta en estos momentos es liderazgo. Gente en quien se pueda creer, que no solo señale el camino de salida sino que empiece a recorrerlo. No estoy insinuando que sin impugnación no hay solución. Ni diciendo lo contrario, que la impugnación es un golpe. Solo estoy advirtiendo que las dirigencias brasileñas precisan darse cuenta de que esta vez los desarreglos (no solo en el plano económico sino también en el político) fueron demasiado lejos.
Reconstruir al país requiere primero pasar a limpio los errores. No habrá milagro económico sin transformación política. Y esta comienza profundizando en la operación Lavado de Autos. Así deja en claro por qué el país llegó a donde llegó. Esto no excusa, sin embargo, profundas reformas políticas.
Casi todo lo que se ha hecho en los últimos cuatro mandatos fue anunciado como algo que “nunca antes se había hecho en este país”. Es verdad, nunca se erró tanto a nombre del desarrollo nacional ni se robó tanto bajo la protección de ese manto encantado.
Los directores de Petrobras directamente implicados en la extorsión deben ser penalizados, no fueron ellos los principales responsables. El que engañó al país fue el lulo-petismo (la política del expresidente Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores). El mismo da Silva se empapó las manos de petróleo como heraldo de una falsa autosuficiencia.
¿Y ahora qué? ¿No hay culpabilidad política? ¿Se va a apelar a los “ejércitos del Movimiento de los Sin Tierra” para encubrir la verdad?
Es por eso que he dicho que la impugnación es una medida prevista en la Constitución, por la cual no hay que torcer ni retorcer: habiendo culpabilidad, que se castigue. Pero la raíz de los desmanes se plantó antes de la elección de la actual presidenta. Viene del gobierno de su antecesor y padrino político. Lo que ya se sabe sobre el escándalo de Petrobras es suficientemente grave para que la sociedad repudie las fuerzas y jerarquías políticas que urdieron la trama de la cual este escándalo es una parte.
Pero es preciso que no se detenga la Justicia antes de que todo se haya dejado en claro. Solo así será posible rescatar nuestros más genuinos sentimientos de confianza en Brasil y en su futuro.