Si bien la pobreza multidimensional disminuyó, la pobreza monetaria aumentó. Es decir, más gentes con una canasta familiar desmirriada y unos sueldos envilecidos por la inflación.
Pero la fiesta no comenzó a dañarse con estas cifras del Dane. La desigualdad sigue siendo el lunar que afea la cara complaciente de un gobierno permeado de derroche y corrupción por todos los costados.
Las últimas cifras del coeficiente Gini –índice que muestra la equidad o inequidad de una sociedad– nos ponen como el país más desigual en Latinoamérica, después de Haití. Hasta Venezuela, Cuba y Ecuador son menos inequitativos. Compartir la cola con Haití es como suicidarse en primavera.
Pero las cosas empeoran a medida que se le mete el diente a Gini. Ocupamos el puesto...