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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

Publicado

Ser un asesino

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Ayer en la mañana estuve a punto de ser un asesino. Revisé mis plantas y encontré debajo de una hoja, un diminuto insecto que tejía con paciencia sus huevos. Al principio no le di importancia, supuse que él haría lo suyo: construir su instinto, su existencia; y yo debería concentrarme en mis asuntos, en mi día, en tejer fuertemente las horas y los días para que alcancen. Pero luego volví con las tijeras. No quiero que las hojas de mis plantas se apesten. Imaginé, hipotética y sencillamente, que si no cortaba esa hojita me quedaría sin jardín, sin flores, sin el paisaje alentador que se resuelve día a día en mis ventanas y balcón.

La corté desde el tallo sin que el animalito se diera cuenta, no quería matarlo, pero luego lo arrojé desde mi balcón, tampoco quería que estuviera en mi caneca, comiéndose los residuos de café y la clara de huevo que queda dentro de la cáscara. La caída fue sutil, suave, la hoja le ayudó. Un geranio sabe volar con parsimonia. Mi tranquilidad duró poco. Al instante, sentí que la puerta del garaje de mi edificio se abría y pensé que definitivamente si ese día te has de morir te mueres.

¿Qué se iba a imaginar el insectico aquel sin nombre que ayer hubiera podido ser su día? Me sentí mal, pensé en lo fácil que uno puede empezar a ser un criminal o morir cuando estás tan plácidamente acariciando a tus hijos, protegiéndolos de otros bichos y de repente, se corta el hilo. Pasar de estar calentando tus huevitos a estar debajo de las llantas de un carro. La muerte siempre sabe sorprendernos.

Por fortuna no salió nadie, ningún carro, ninguna moto. Bajé lo más rápido que pude, y puse la hoja que había cortado con la familia de insectos en la comunidad del jardín para que se salvara y pudiera morir de vieja en otro lado o por un lametazo de uno de los gatos que siempre encuentra algo apetitoso cerquita del árbol. Subí despacio, pero mis pensamientos se fueron demasiado lejos y pusieron esta situación en el plano más humano. Jamás he deseado matar a nadie. ¿Podría llegar a hacerlo? ¿Podría vengarme de alguien? No lo creo. ¿Cuándo alguien decide matar a otra persona? ¿Con qué derecho lo hace?

Seguramente, en este instante alguien aprieta un gatillo, hunde algo, se condena y empieza a vivir otra vida que no tiene vuelta atrás. Preparo café y riego mis plantas, el tallo herido, sin hoja, sin familia diminuta de insectos que se lo coman, me ha dado una clase inesperada sobre quitar la vida, sobre la muerte, sobre este país donde las vidas se cortan y a veces, me da la impresión, ya no duelen.

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