El 24 de diciembre está marcado desde la infancia como el día más largo del año en el calendario familiar. Es la espera de la Nochebuena renovada con las tradiciones del Pesebre, el rezo de la etapa culminante de la Novena, el Nacimiento y las costumbres hogareñas. En la casa hay agitación desde temprano, sean cuales fueren la luminosidad, los aromas y la musicalidad de la celebración. La sola proximidad de la reunión en familia es motivo suficiente de inquietud.
Al mismo tiempo, la jornada está repleta de nobles propósitos y generosos deseos, pero cortísimos. Van extinguiéndose pocas horas después de las doce campanadas de la Nochevieja. Representan, en su abundancia y su brevedad, el inmediatismo cortoplacista que frena el ascenso de una sociedad...