Estación Exterminio, a la que llegaron miles de transportes con vagones de carga repletos de personas (niños, mujeres, hombres, ancianos) arrastrados por locomotoras que corrieron libres por encima de carrileras que nunca bombardearon los aliados. Y que se detuvieron frente a un muelle repleto de gente armada y hombres medio muertos que corrían a bajar a los vivos y recoger los cadáveres que produjo el viaje. A los vivos los separaron, unos para morir de inmediato y otros para ir a morir por cuotas trabajando para empresas pronazis. En ese trabajo esclavo se anuló la dignidad, los nombres se cambiaron por números, los cuerpos de los muertos se convirtieron en materia prima y el sistema de muerte en serie y planeada en índices de productividad. Todo marca Auschwitz-Birkenau, sitio en el que los judíos entraban por la puerta y salían por la chimenea. Todo esto se supo antes de terminar la guerra, pero se silenció.
Hace 70 años el ejército rojo descubrió, en Polonia, el campo de exterminio de Auschwitz y, adentro, miles de personas casi muertas que vagaban solas por entre esqueletos, alambradas y un terrible olor a carne quemada, a pus y deyecciones pútridas. Hubo poco que liberar: la mayoría de los presos murieron antes de recuperarse, otros salieron locos, algunos lisiados porque hicieron ensayos médicos con ellos y solo una minoría, en medio de esa confusión que eclipsó a D’s, logró contar qué pasó y cómo fue que la razón ilustrada y las creencias llegaron a lo más bajo. En ese lugar, usando la ciencia, la administración y la comunicación, conceptos como ilustración, fraternidad y solidaridad perdieron su definición para convertirse en todo lo contrario y seguir así.
Auschwitz es una palabra instalada en el lenguaje. Dejar de ser un hombre, también. Igual que exterminio y genocidio, carencia de razón, monstruosidad ilustrada, pérdida de la moral e infierno permitido en la tierra. Y lo peor está en que estas palabras e ideas no solo se pronuncian sino que pueden llevarse de nuevo a la realidad si se etiqueta a otros y se pone en marcha el dispositivo. Como dice Imre Kertesz, nadie ha dicho que no volverá a suceder. Así que Auschwitz está ahí, latente, como una serpiente que duerme un sueño convulso. Y esto es lo que preocupa, que una vez definida una palabra, esta comienza a existir y se manifiesta de a pedazos, como puyando, hasta que se sale de cauce y ya todo lo peor es posible. Si olvidáramos Auschwitz, podría volver a suceder.
Acotación: en La trilogía de Auschwitz y en El sistema periódico, Primo Levi, sobreviviente de este campo, es claro: los campos de la muerte son creación del conocimiento: con una pequeña esperanza el victimario doblega a la víctima y la convierte en colaboradora, con un supuesto nuevo orden un país civilizado se convierte en criminal, basta un incremento del odio y ya no hay hombre.