En Castilla, hace una semana, la violencia insulsa que todavía mancha a Medellín segó la vida de Luis Gil, uno de los 200 jóvenes que han sido asesinados este año en la ciudad. Tenía solamente 26 años.
Hace unos meses, junto a mis colegas de la Columbia University de Nueva York, lo conocí brevemente, mientras con otros animaba un evento para fortalecer los vínculos comunitarios. Ese era su compromiso de vida.
La historia de Luis es particularmente significativa. De hecho, no se valora plenamente el compromiso que él tenía con su comunidad, si no se tiene en cuenta que durante su adolescencia fue explotado por los adultos de un combo. Hasta que un día, cuando se presentó para recoger una “vacuna”, el dueño de la casa lo invitó a participar en...