Por david e. santos gómez
Hace tan solo una década la idea de que un socialista llegara a la Casa Blanca era un imposible teórico y práctico. Sin embargo, la historia cambió en el 2016 en las primarias demócratas cuando el muy veterano socialista Bernie Sanders estuvo a muy poco de dar el golpe. Hillary Clinton, curtida en todas las batallas, logró derrotarlo y obtener la nominación de su partido, pero al final, en un resultado que aturdió al mundo, perdió las generales con el esperpento de Donald Trump.
Aún con la derrota del senador Sanders, el hecho de que un tipo llevara sin miedo el apellido de socialista en Estados Unidos y le peleara voto a voto algunos estados a la elegida del sistema, dejó un mensaje claro. Los tiempos estaban cambiando.
Tres años después, Sanders es candidato de nuevo y va en serio. Los conservadores apuestan por una reelección del millonario racista y los demócratas ofrecen una baraja amplia y dispareja en la que el vicepresidente de Obama, Joe Biden, lleva la delantera. Pero no por mucho.
Las ofertas de izquierda ganan adeptos. Parece consolidarse la hipótesis de que a una demagogia que favorece a los ricos es necesario enfrentarle un programa sólido que insista en un acuerdo por el medio ambiente, que mejore el desastroso sistema de salud y, sobre todo, que impulse un aumento en los sueldos para las clases medias y bajas que no han levantado cabeza desde la década de 1990.
Sanders no está solo en esta lucha al interior del Partido Demócrata y quizá, incluso, ya no sea el más fuerte. Al veterano político se le suma Elizabeth Warren, más radical, que insiste en apretar los cinturones de las grandes riquezas. Según la última encuesta de ABC News y The Washington Post, Biden es primero con 29 %, Sanders segundo con 19 % y Warren tercera con 18 % (otros sondeos ya muestran a Warren segunda). Con dos demócratas de izquierda en el podio, aumenta la posibilidad de una candidatura socialista conjunta que derrote a Biden.
Nunca en la historia reciente de EE. UU. una izquierda seria estuvo tan cerca de llegar al poder. Lo empiezan a creer los políticos, los medios, los analistas, el presidente y su círculo más cercano. Pero, más importante aún, lo empieza a creer el votante que siente que es el momento de que Washington sufra un giro radical.