óscar domínguez g.
En los tendederos de ropa uno mismo se saca y seca los trapos al sol. El tendedero es como un memo que nos mandamos a nuestra hoja debida.
Los modernos funcionan más hacia adentro que hacia fuera. Lo impone la dictadura del reglamento de propiedad horizontal. Una aireada pública de eróticos cucos puede costarle obesa multa a su propietaria. O al dueño de unos prosaicos calzoncillos.
La secadora acabó con esta forma de ahorrar energía. Quien no haya tendido la ropa al sol que tire los primeros chiros. Dime qué tendederos tienes y te diré la dimensión de tu saldo bancario.
Los que vivimos apiñados en nuestros cambuches, como anoréxicos cigarrillos, aprovechamos que el sol aparece por alguna rendija y volamos allí con nuestros trapitos.
El primer electrodoméstico de pared conocido es el sol. En este sentido es enemigo personal de Empresas Públicas, pues la secadora no hace su oficio. Si vivieran entre nosotros abogados como Iguarán, De la Espriella, Lombana, Granados, ya le habrían ajustado cuentas al sol. Todo por la concupiscencia de figurar. Y de facturar obscenamente.
El tendedero es como el clóset de par en par. Sin confirmar sí lo digo: Cuando vemos un tendedero los hombres nos quedamos monitoreando la ropa íntima de la dueña de casa. O de su prole. Es como un tic, una fijación. Degeneración del oficio de varón domado.
La ropa expuesta nos alborota el jurásico oficio de mirones. Me parece ver a Adán, fiel por sustracción de oferta femenina, espiando las hojas de parra con las que mamá Eva cubría los encantos contenidos en su metro cuarenta centímetros de estatura. El hombre que les puso nombre a las cosas juntaba ganas para cuando cayera la hoja de parra en la noche paradisíaca.
En la ropa puesta al sol se adivina sin dificultad el ingreso “per cráneo” doméstico. Cómo es la gente en su intimidad está dicho allí como una Biblia abierta en el salmo 91.
Son célebres los tendederos de ropa de La Habana. La capital de los exbarbudos es un tendedero de ropa con malecón; con una revolución en retirada que ha hecho una tímida primaria capitalista con los famosos paladares, guantánamos gastronómicos.
El metrocable tiene un encanto adicional: desde el aire se ven las intimidades expuestas al sol. Todo por el mismo tiquete. Es lícito imaginarse que esas ropas que se secan pertenecen a la mujer de nuestros sueños eróticos. Por ejemplo, Irina, la exmujer del jugador Ronaldo, quien reconoció que se había enamorado del hombre equivocado. Y lo colgó en el tendedero del olvido.
Hablando en plata blanca, en esa ropa tendida está escrita la biografía de toda la casa. Veo a los paleontólogos dentro de mil años chorreando la baba y traduciendo la información cifrada que hay en un brasier que se seca al sol como un “pájaro bobo”. (www.oscardominguezgiraldo.com)