Es ilusorio pretender que el periodismo se divorcie de la guerra. Ha sido un matrimonio macabro pero indisoluble. La llamada partera de la historia sí que lo ha sido de nuestra entrañable profesión. Separarlos es una causa perdida. Pero al menos hay una verdad consolatoria: Sin periodismo, tan valeroso y revelador como el del fotógrafo estadinense James Nachtwey, quien acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias en Comunicación y Humanidades, terminaríamos por borrar la línea divisoria entre la crueldad y la humanidad y por dejar que se extinguieran los últimos rescoldos de sensibilidad ante el dolor y la tragedia de millones de seres humanos victimizados por el juego infernal de intereses que aviva las confrontaciones armadas.
Nachtwey lleva...