Samuel era un niño de simpatía desbordante. Cuando le sigo los pasos, quiero ser parte suya, estar metido en él. Una sensibilidad exquisita lo llevaba, milagro viviente, a percibir lo imperceptible, ver lo invisible, oír lo inaudible, tocar lo intangible. La fascinación convertida en espontaneidad de la vida cotidiana.
La Biblia lo presenta con trazos delicados. “El niño Samuel servía a Yahveh a las órdenes de Elí; en aquel tiempo era rara la palabra de Yahveh, y no eran corrientes las visiones” (1 Samuel 3, 1).
Una noche llamó Yahveh: ‘¡Samuel, Samuel!’ Él respondió: ‘¡Aquí estoy!’. Como escuchar a Dios en sueños era algo desconocido, Samuel creyó que Elí lo llamaba, por lo cual corrió donde él: ‘Aquí estoy, porque me has llamado”.
La llamada...