Querido Gabriel.
Un amigo me contó esta semana una historia que evidencia nuestra ambigua relación con el trabajo. Sabes que pienso mucho en esa actividad humana y su sentido más profundo, sus funciones económica, emocional, social y espiritual. Por eso te quiero proponer esta pregunta: ¿Cómo hacemos para disfrutar el trabajo y no sufrirlo?
Imagínate a un joven becario. Escogió un programa de educación técnica que le ayudará a comenzar un camino laboral, mejorar sus ingresos, expandir su mente, viajar, darse pequeñas licencias materiales, y si lo decide, continuar aprendiendo y creciendo.
De pronto, el auxilio de transporte se demora un par de días por cosas de la burocracia. Su reacción es entrar en paro: “como no me pagan, no estudio”. Se castiga...