El lapidario informe preliminar de la CIDH al término de su visita de una semana a México irritó sobremanera al gobierno. Con razón: reiteró lo que muchos ya han dicho —grave crisis de derechos humanos, grave presencia de tortura, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales, todo ello producto de la impunidad—, pero con la autoridad de un organismo intergubernamental, perteneciente a la OEA, que vive de las cuotas de sus Estados miembros, entre ellos México, y que visitó nuestro país a raíz de una invitación del gobierno. Este último, sin embargo, quizás debiera molestarse más con los responsables del oso, y no tanto con los comisionados, que solo hicieron —ellos sí— su trabajo.
Las versiones que circulan sobre el origen de la visita...