El odio anda suelto en Estados Unidos. Lo que antes solo se pensaba a solas en una recámara o se decía en secreto en la cocina, de pronto, se escucha en la televisión, se lee en las redes sociales y se grita en las campañas por la presidencia. El odio se ha convertido en lo normal.
Ese odio será amplificado en las convenciones de los partidos políticos —primero la Republicana en Cleveland, y luego la Demócrata en Filadelfia— y entraremos al caluroso agosto con un país dividido. Este ya es, por definición, un verano de odio. Y el otoño no pinta mucho mejor.
El principal factor de odio en este país tiene nombre y apellido: Donald Trump. Él permitió que los prejuicios raciales más íntimos —esos que nunca se mencionaban en público— se convirtieran...