Cuando Cristóbulo Caballero se quedó sin la dosis habitual para tratarse la afección que le acompañaba desde chiquillo, lo primero que hizo fue mentar a la madre que parió a Maduro. Y ya de paso a la de Chávez, por nombrar un sucesor aún más nefasto que él. Pero mientras preguntaba a los doctores y enfermeras que correteaban desesperados por las galerías dónde podía conseguir en el mercado negro, a precio de oro, su bendita medicina, y maldecía contra el régimen y la corrupción que todo lo empantanaba, cayó en la cuenta de que buena parte de sus calamidades recientes se las había ganado a pulso. Porque Cristóbulo Caballero, crecido en una humilde comuna de los cerros de Caracas, había caído rendido a los pies del comandante desde la primera...