La penetración de lo criminal en la política nos resulta normal. Cierta dosis de interés criminal ronda los procesos de selección de nuestros elegidos; lo hemos naturalizado: así ha sido, así es y así será. La diferencia entre los distintos candidatos en su relacionamiento con este elemento es de grado y de proximidad, pero no de esencia o de naturaleza.
Ningún candidato es ajeno a esta dinámica; algunos quieren y deciden estar lejos del elemento criminal, pero las reglas de juego no los dejan ser ajenos. En los certámenes electorales todos quedan untados (al menos, un poquito). Este es un problema de marca mayor que ignoramos (o mejor, desechamos, porque conscientemente lo separamos de nuestro discernimiento).
Una vez seleccionados, la gran...