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Venezuela, Guaidó y el afán del estallido

Por Carlos Alberto Giraldo

carlosgi@elcolombiano.com.co

Lo único que sonó fuera de lugar en las protestas multitudinarias del miércoles en Venezuela fue la (auto) declaratoria de Juan Guaidó como presidente encargado. Escuchar y leer sus palabras declarándose jefe interino del gobierno desentonó con el hecho político contundente que era el río humano que lanzaba el remolino de sus voces para empujar un poco más la caída de Nicolás Maduro. ¿Por qué tanta prisa?

Si “el chabacán de Miraflores” está para caerse del palo debido a la madurez probada de su estulticia, Guaidó no debe dejarse tentar por la manzana verde de un poder prematuro. Antes que esa exposición mediática provocadora e innecesaria, el nuevo líder debe probarse en las arenas de la cohesión y la armazón de las bases populares que logren dejar a Maduro y al personaje espurio de Diosdado Cabello sin respaldo ni credibilidad en las barriadas. Guaidó debe, además, horadar con paciencia los cuarteles militares en los que hoy se aposenta la complicidad de los oficiales, por acción u omisión, con el ambiente de corrupción que envuelve al régimen.

Guaidó no puede convertirse en un mero enviado de la oposición a hacer el trabajo sucio de dinamitar a los chavistas, sin haber palpado todos los focos del cáncer venezolano y sus manifestaciones. Él debe entender que será un personaje central en la búsqueda de una transición pacífica, inteligente, estratégica, capaz de evitar al máximo posible muertes y heridas en los bandos de una nación polarizada, partida, fragmentada en las ignorancias, pasiones y resentimientos alimentados por Nicolás Maduro y una cúpula oficialista que hasta último momento buscará mecanismos para eludir el juicio de sus responsabilidades con millones de ciudadanos deprimidos, acorralados y exiliados por la torpeza y la debacle de un régimen cara dura y cínico.

Venezuela no puede saltar del vacío del abismo chavista a una jungla repleta de opositores carroñeros, desesperados por aullar sobre el cadáver del chavismo y engendrar otro statu quo de desvaríos y desmesuras, en el afán de recuperar el “tiempo perdido” por las corrupciones de una derecha que también mortificó y defalcó a los venezolanos años atrás.

Guaidó debe cuidar sus actos. Ser y parecer el muchacho puro y de buena fe que se presenta al mundo, pero sobre todo a sus compatriotas. Sería otra desgracia que Venezuela no aprovechase el posible quiebre del chavismo, el desfonde de Maduro y sus áulicos, para renacer en una verdadera oportunidad histórica de transformación proclive a los mejores valores y prácticas de la democracia. Juan Guaidó debe vestirse despacio de autoridad, porque su país está de afán por recuperar la libertad.

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