Por Juan Francisco Fuentes
Decía el expresidente español Adolfo Suárez que a veces al rey Juan Carlos había que protegerlo de sí mismo. Por lo general, aquellos que lo intentaron acabaron mal. Las razones que deterioraron la relación de Suárez y el rey hasta hacer casi imposible la convivencia institucional tienen poco que ver con las que, mucho tiempo después, empujaron a Juan Carlos I a abdicar como rey y las que, finalmente, le han llevado a abandonar España. En los años siguientes, los indudables servicios que prestó a España y a la democracia eclipsaron algunos comportamientos privados que hoy producen bochorno. Cuando los más escrupulosos le hacían ver lo inadecuado de esa conducta y el peligro que entrañaba para la Corona su respuesta, con estas o parecidas palabras, solía ser: “Yo tengo derecho a una vida privada”.
¿Era privada la vida del rey más allá de su despacho?
El comienzo del doble mandato de José María Aznar en 1996 supuso un giro significativo en la relación entre la Corona y el Gobierno, mucho menos complaciente, sobre todo Aznar, con ciertos usos del Monarca que no eran del todo ajenos a la política nacional e internacional de España, como las relaciones con el mundo árabe. Desprotegido, poco a poco, del paraguas institucional desplegado sobre su vida privada, su figura se encontró cada vez más expuesta a las críticas de sus detractores y a una floreciente industria mediática levantada en torno a sus vicios privados. De todas formas, entrado el siglo XXI, sus virtudes públicas seguían gozando de un amplio reconocimiento, que bastaba, de momento, para contrarrestar las filtraciones sobre sus actividades privadas.
A Juan Carlos I siempre se le ha reconocido un instinto político fuera de lo común. Ese olfato para anticiparse a los cambios de rumbo de la historia y a las necesidades de cada momento se ha interpretado a veces como una muestra de su pericia como profesional de la supervivencia, un aspecto crucial de su personalidad que se habría forjado en su juventud, en tiempos de incertidumbre y estrecheces. Esa época le marcó, para bien y para mal, más de lo que parece y dejó en él la firme determinación de hacer frente a cualquier adversidad y salir siempre adelante.
Ya rey, su instinto, tantas veces infalible, le llevó a tomar decisiones de alto riesgo. Su mayor error, en un reinado con abundantes aciertos, fue considerar que sus virtudes públicas prevalecerían siempre sobre sus vicios privados.