david e. santos gómez
Pocos eventos despiertan tanto el morbo periodístico como un accidente de avión. Los titulares son extravagantes, los reporteros se atropellan con sus palabras y la búsqueda de exclusivas se vuelve un camino pavimentado hacia la irresponsabilidad. El amarillismo y la insensatez se instalan en muchas salas de redacción y, a falta de contexto, las barbaridades que se dicen avergüenzan a los entendidos y confunden a los inocentes.
El trágico final del vuelo de Germanwings, que acabó con la vida de 150 personas, es un recordatorio de la falta de profesionalismo de algunos colegas que buscan lo espectacular en el desastre. Parecieran regocijarse en los detalles, en la repetición innecesaria de asuntos que ahondan el dolor.
Una de las actitudes más peligrosas es la generalización. La conclusión apresurada. El interés de completar complejos rompecabezas con apenas tres fichas. El martes, aún humeante el fuselaje, telenoticieros del mundo entero se abalanzaron a sacar sus propias conclusiones y el jueves, cuando se escuchó al fiscal francés sospechar de la conducta de Andreas Lubitz -el copiloto-, se desató el infierno de las interpretaciones: incompletas algunas, amañadas otras, aceleradas casi todas.
La palabra “supuesto” apareció poco para referirse a la responsabilidad del copiloto, a pesar de lo dicho por los especialistas, y era evidente el énfasis que se hacía en los antecedentes del joven alemán, sobre todo en lo referente a su religión. ¿Cuál era su credo? ¿Qué lugares espirituales frecuentaba? Las preguntas tenían un veneno asqueroso. De haber aparecido una visita casual a una mezquita, un Corán arrumado entre su biblioteca o alguna relación con musulmanes, la suerte estaría echada: se trataba de un terrorista. Es el facilismo mediático que aún no aprende que aquí no se suma dos más dos para obtener un cuatro. Hay matices.
Sin embargo, la historia se dirige ahora al terreno de los problemas mentales y el trato que se le da a Lubitz es el de un hombre blanco agobiado por depresiones, buen vecino e impecable trabajador.
Dos extremos que nos enseñan que aquí no se mide con la misma vara. No es lo mismo ser alemán, que turco o colombiano; tampoco lo es ser judío que cristiano o musulmán. Algunos medios crean un enorme anaquel cuyos cajones generalizan y borran diferencias. Una vez caigamos en ellos la salida es poco menos que imposible.