viernes
7 y 9
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Permanecía despierto hasta que mamá caía dormida. Sus ronquidos eran mi señal para entrar con sigilo a su habitación y encender el televisor. Era un Toshiba pequeño. Había que estar muy cerca de él porque no tenía control remoto, un lujo vedado para mi familia a finales de los años ochenta. Los botones del Toshiba emitían un ruido fulminante, debía presionarlos con delicadeza para no despertar a mamá. Una de las innovaciones de ese maravilloso aparato era la posibilidad de conectarle auriculares, así encubría mi delito. El abanico de canales era reducido: dos nacionales, uno regional. La programación también era escasa. Alguna vez vi a dos mujeres que se amaban, con los pechos al aire, pero no me interesó la escena. Lo que buscaba por esos días...
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