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7 y 9
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Son los mismos que vendía Rocío Naranjo de García desde 1961. Hoy a sus setenta y siete años, esta mujer de labia agradable y contadora de cuentos, dice que les cambiaron solo la preparación. Venga por el almuerzo, ya están los frijoles, las tajadas y el arroz, el chicharrón, el pescado y el buche, le dice a alguien por el teléfono. A él le encanta el buche, pero a la mujer no le gusta preparárselo, me comenta Rocío, mientras sostiene la bocina. Yo lo cocino una hora, cuando ablanda lo acompaño con cebolla de rama y lo caliento ahí mismo con sal. ¡Eso queda tan maluco! ¿Maluco?, le digo, sí cuando algo está muy bueno, yo digo maluco. Mientras sonrío, le pregunto por los chorizos y el paraguas.
Mijo, nosotros éramos dueños del edificio. El Paraguas heredó el nombre de un local de unos viejitos que tenían una salsamentaria. Ellos debían mucho del arriendo, por esta razón mi papá les pidió el local. Entonces me propuso montar un negocio con mi ex marido, que era capitán de aduanas, ¡me dio una dicha! Yo mantenía diez millones de pesos en el bolsillo, tomaba mucho, todavía me gusta, pero entonces botaba la plata.
Los chorizos de El Paraguas eran famosos. Empecé con diez y luego veinte y después cincuenta, hasta que llegué a mil. Todavía me reconocen y me piden que vuelva a hacerlos. Hoy es mi yerno el que los elabora. En esa época, los colgaba tres o cuatro días, luego de curados los metía a la nevera, los fritaba y después los asaba en un fogón que me duró diecisiete años sin dañarse. Cien chorizos vendía los viernes y cien botellas de aguardiente. Recuerdo el grupo de la mesa nueve. Los viernes se tomaban diez botellas desde las cuatro de la tarde. Si pedían la cuenta, yo les ponía el disco que les gustaba y se quedaban más tiempo y pedían otra botella.
Mire mijo, yo sé hacer de todo, hasta soldo canoas. Tengo el equipo, si quiere le muestro. Recuerdo que también vendíamos boletas de fútbol, totogol, 5 y 6, entradas a toros y de todo para sostener a mis hijos. Mi marido me abandonó y yo tomé las riendas de la familia. Tuve salvoconducto y mantenía un veintidós en el brasier. Pero a veces llegaban tres o cuatro ladrones y me tocaba quedarme callada, aunque a veces cogía a los cacos, porque yo era muy brava.
Dejé el negocio hace nueve años, pero me ha pesado, allá me entretenía, hablaba con todo el mundo y me daba mucho gusto. Nunca tuve una propuesta indecente de algún cliente, siempre me respetaron, porque en esa época, una mujer administrando un bar era cosa seria.
Primero fue granero, después salsamentaria, al final fue heladería. Hoy todavía existe El Paraguas, en la carrera 80 con 38, con sus muros testigos de la historia del maridaje paisa, chorizo con aguardiente.