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El más anunciado y previsible cambio finalmente se produjo: la rotación de cargos entre el ministro de Defensa y el embajador de Colombia en Estados Unidos. Se sabía de tal relevo desde hace tiempo, y el presidente Juan Manuel Santos seguramente esperó algún intervalo de días en que las Farc no cometieran un delito de sangre de grandes proporciones para poder hacer el anuncio.
Muchos consideraban que el ministro saliente y nuevo embajador en Washington, Juan Carlos Pinzón, era una especie de rueda suelta en el gobierno y que su discurso era incompatible con el pacifista del presidente. Nada más lejos de la realidad.
El ministro Pinzón es un hombre de Santos y ejecutó el papel que este le asignó dentro del guión que el mandatario de los diálogos tiene escrito desde hace muchos años. Ambos sabían que el actual proceso de paz no hubiese sido factible sin mostrar un discurso paralelo de mano dura, así no se acompañara de hechos contundentes contra la guerrilla. A Pinzón le tocó desgastarse subiendo el tono de voz mientras el resto del gobierno se volcaba en concesiones pactadas de antemano.
Por lo menos pudo contener, mientras le fue posible, el descontento militar y una creciente desmoralización de las tropas, que temen que sus sacrificios de décadas terminarán con el enemigo definiendo la nueva estructura institucional del país.
La llegada de Luis Carlos Villegas al Ministerio de Defensa pretende mensajes muy claros. Fue el líder de los empresarios colombianos durante más de una década, ha sido aliado de todos los gobiernos, fue negociador por corto tiempo en La Habana, ha tenido que explicar en Estados Unidos el proceso de paz y, ante todo, es un hombre que sabe mejor que nadie cómo pueden responder las Farc a la generosidad del llamado “Establecimiento”: luego de estar en el proceso del Caguán y ayudar como pocos al gobierno de Andrés Pastrana, las Farc le correspondió secuestrándole a su hija. Es, como tantos miles de padres, una víctima de lo que ahora se denomina “delito con fines políticos”.
¿Será un ministro solo para el postconflicto? Los que lo conocen saben que es hombre de carácter y capacidad ejecutiva. Ha aportado para que el país formal, el que produce, trabaja, desarrolla y paga impuestos, no se deje avasallar por la criminalidad. De ahí que los colombianos podamos confiar en que su sentido del honor y de la responsabilidad aseguren que en su puesto de ministro de Defensa Nacional estará para cumplir sus deberes constitucionales, y no para ser complaciente con las Farc ni sumiso con la claudicación del Estado de derecho.
Tendrá, entre otras cosas, un reto mayúsculo: poner orden en todo el entramado de contratación pública del sector Defensa, hoy carcomido por corrupciones varias que nadie ha podido controlar.
Hay que decir, por otra parte, que el sector empresarial no ha sido opositor al proceso de paz. Al contrario, sus grandes dirigentes han cerrado filas en torno al gobierno, y concretamente en torno al presidente Santos. Ayer se anunció, además, la incorporación de Gonzalo Restrepo López a la mesa de diálogos. Un hombre serio y capaz que puede aportar mucho.
Con mayor razón, el mensaje es que ya no es tanto al empresariado al que hay que tranquilizar. Es a las Fuerzas Armadas y a la ciudadanía, que anotan día a día un largo listado de concesiones sin ninguna contraprestación distinta a la ilusión, sin fecha cierta, de un futuro sin violencia, y más remotamente aún, con justicia.