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Tal como estaba previsto, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, formalizó ayer la convocatoria anticipada de elecciones generales, que se realizarán el próximo 28 de abril. Para tales efectos, como es propio de un sistema constitucional parlamentario, disolverá las Cortes (Senado y Congreso de los Diputados) y se abrirá el espacio de campañas electorales por un término de tres semanas, así en realidad el proselitismo comience hoy mismo.
La actual legislatura había sido comenzada por el Partido Popular, de Mariano Rajoy, legislatura que resultó truncada para ellos, enredados por todos lados en investigaciones judiciales por varios escándalos de corrupción. Era palpable la parálisis política y el inmovilismo de Rajoy, partidario de mantener el statu quo antes que abordar cualquier iniciativa de regeneración de la política y de su propio partido.
Por allí se metió Pedro Sánchez, uno de los casos más descollantes de resurrección política que se conozcan en España. Sánchez había sido fulminado de la dirección de su partido por una rebelión interna apenas meses antes. Había renunciado a su escaño de congresista. No obstante, desde la calle logró que el Partido Socialista (PSOE) convocara unas elecciones internas para elegir secretario general y, contra todo pronóstico, logró la mayoría del voto de los afiliados socialistas. Desde allí logró retomar poco a poco el control del partido y proponer en el Congreso una moción de censura contra Rajoy, congregando el voto de la oposición y de los partidos nacionalistas. Logró desalojar a Rajoy y al Partido Popular del poder -primera moción de censura que prosperaba desde que España recuperó la democracia en 1976- y asumió el poder en junio del año pasado.
Pero el oxígeno se le agotó. Era prisionero de los independentistas catalanes, y en menor medida de los vascos. Le rechazaron su ley de presupuestos y él mismo reconoció que sin presupuestos no le sería posible gobernar. Podría haberlo hecho con los que venían del gobierno de Rajoy, pero dice que, por coherencia, no puede ejecutar unos presupuestos que considera “antisociales”.
Las particularidades del sistema electoral español hacen que los partidos nacionalistas de comunidades autonómicas como Cataluña y País Vasco tengan sobrerrepresentación en el Congreso, comparado el número de votos con el de curules que alcanzan. Curules que restan escaños a los partidos constitucionalistas de representación nacional. Los autonómicos no son solo nacionalistas sino abiertamente separatistas, y se da la paradoja que representantes políticos que abogan por independizarse de España son los árbitros para que los partidos como PP o PSOE puedan obtener mayoría parlamentaria para aprobar sus proyectos de ley.
En esa trampa estaba prisionero Pedro Sánchez. Tenía minoría de diputados en el Congreso y necesitaba, para gobernar, el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes. Los catalanes lo tenían tomado del cuello, en unas maniobras de chantaje político que llegaron a un punto de no retorno.
No hay que anticiparse presagiando el fin político de Sánchez. El próximo 28 de abril podría obtener buena votación. De hecho, ayer al anunciar el adelanto de elecciones, pronunció un buen discurso, persuasivo y con estudiado equilibrio entre la serenidad del estadista y la pugnacidad del jefe político. Atacó duro a la oposición al mismo tiempo que llamaba una y otra vez a la serenidad y a la altura de miras.
España va saliendo de una de las peores crisis económicas en décadas, generada, precisamente, durante el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011). Pero su gran problema es la crisis no resuelta de su unidad territorial. Los separatistas catalanes tienen en jaque y paralizada la política española desde hace cuatro años. Solo una mayoría clara de uno de los partidos constitucionalistas podría, si bien no resolver el problema, sí contenerlo y gestionarlo por algunos años y no dejar prosperar el reto por vías de hecho de los separatistas.