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La historia de Gabo todavía tiene, como él decía, “clavo caliente”. Ese misterioso fuego de sus reportajes, cuentos y novelas. El de una vida como la suya, tejida entre la realidad y la ficción. La vida de un reportero capaz de extraer el tuétano a los huesos de los acontecimientos y la de un narrador con una imaginación capaz de inventar su propio y mágico universo literario: Macondo.
Ayer cumplía un año de haber fallecido en su casa de Ciudad de México a los 87 años, pero más bien parecía como si su figura se hubiese repartido por todas las patrias de América y del mundo. Omnipresente. Un homenaje sentido aquí, una rememoración inesperada allá. De viaje en un tren cargado de historias, que cruza las colonias interminables de sus lectores, alimentado por el potente vapor de sus letras y su prosa.
“Claro que García Márquez sigue vivo. Su imaginación y su poesía, que son savia de sus libros, lo han trascendido entre millones de lectores de todos los idiomas cultos de la tierra”, le dijo el escritor Dasso Saldívar a este diario. “Gabo está ahora, como lo han dicho varios colegas suyos, en el lugar más alto del Olimpo literario, en conversación permanente con los artistas más grandes”, agregó uno de sus más estudiosos y obsesivos biógrafos, Gerald Martin.
Es una inmortalidad que, igual que su creación literaria, celebra Colombia, porque Gabo escaló a la cima de la literatura universal e igual puso allí al país para siempre. Subió a esas cumbres de guayabera y liqui liqui, contra los tiempos difíciles que azotaron los inicios de su carrera solitaria y a veces a medio camino entre la austeridad y la incomprensión.
Sus posturas políticas y sus largos periplos fuera del país le valieron reclamos y críticas. Pero él lo hacía muy convencido de guardar prudencia porque cualquier cosa que dijera sobre la vida nacional era tomada con la misma trascendencia de sus logros literarios. Prefería callar en público y liberar sus opiniones en la compañía de los familiares y amigos de su círculo más íntimo.
Entre esas personas estaba su hermano Jaime García, que ayer advertía el dolor que aún los embarga a él y a sus familiares. “Con Mercedes y los hijos, hablo. Pero no tocamos el tema. Es como tocar una herida que está ahí, vivita y para qué meterle la uña”.
Es mejor recordar a nuestro premio Nobel de Literatura en el amor por la lectura de millones de niños que hoy lo conocen en el país gracias a los programas diseñados para enseñar su obra. Tal y como lo destaca la escritora Piedad Bonnett: “Para un escritor estar vivo ‘literalmente’ significa seguir siendo leído y seguir incidiendo en el pensamiento y en el arte de otros”. Todo ello significa que GGM goza de una vitalidad asombrosa e incuestionable.
Aunque hace un año se fue aquel escritor que describía a América Latina como una “patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas”, los mismos que él procreó en la ficción de sus novelas, aún pervive la extraña fiebre por leerlo que nos contagió. Un colombiano que se describía a sí mismo como errante y nostálgico, que tuvo entre sus ocurrencias libros invencibles como Cien años de soledad.
Este viernes, en que el calendario marcó el primer año de su ausencia física, pudimos comprobar que Gabo hizo posible la eternidad de su poesía: (...) “trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”. Una muerte que Gabo parece haber vencido con su obra.