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Nunca antes unas elecciones en Grecia habían generado tal interés en los más diversos puntos del planeta. Es normal que Europa las esperara con inquietud, teniendo en cuenta lo que allí se juegan: nada menos que la posibilidad, hace años inimaginable, que la zona euro se resquebraje y el efecto ciclón se lleve a buena parte de sus economías por delante.
Una de las consecuencias de la Unión Europea es esa: ya no hay elecciones aisladas en los países individualmente considerados. Lo que suceda en uno afecta a todos. Y por esa misma razón, el resultado griego tenía a los centros políticos y a los mercados de todo el mundo a la expectativa.
En los años 90 del siglo pasado, la prensa económica anglosajona acuñó el término PIGS, con evidente doble intención: la traducción literal es “cerdos”, pero formalmente equivale al acrónimo de los países a los que querían hacer referencia (en inglés): Portugal, Irlanda, Grecia y España.
Todos ellos, junto con Italia, sufrieron años después crisis financieras graves. E Irlanda, Portugal y Grecia han tenido que ser rescatados financieramente por la Unión Europea, con el desembolso de miles de millones de euros y la imposición simultánea de estrictas normas de ajuste fiscal, austeridad en gastos y retiro de subvenciones sociales que han generado hondo malestar entre la ciudadanía.
De todos ellos, la peor situación financiera la ha experimentado la República Helénica. La cuna de la democracia venía lastrada por malos gobiernos, inestabilidad política, enorme burocracia, crisis del sistema financiero y una desconfianza absoluta de los mercados que le cerraron cualquier posibilidad de crédito. El efecto contagio hizo entrar en pánico por primera vez a la zona Euro que aprobó un primer rescate en 2010 (110 mil millones de euros) y un segundo en 2011 (130 mil millones).
Los ciudadanos se manifestaron en las plazas y calles de forma permanente, ante la imposibilidad de maniobra de sus gobiernos. La inyección de fondos recibida trajo la consecuencia de que los programas económicos fueron impuestos por la llamada troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), que suscribieron acuerdos con el Estado griego para el cumplimiento de los compromisos financieros. La gran duda hoy es si el gobierno elegido el domingo respetará esos acuerdos.
El partido Syriza es de izquierda radical, y su candidato y hoy primer ministro, el ingeniero Alexis Tsipras, ha tenido discursos cambiantes según el auditorio que le escuche. Lo que sí ha dicho con toda claridad es que la austeridad impuesta por la troika y, como inspiradora principal, por la canciller alemana Angela Merkel, ha llegado a su fin. El gran interrogante es cómo lo hará, sabiendo que para el próximo mes de junio, Grecia supedita su supervivencia a otros 10 mil millones de euros girados por el resto de países de la Unión que no están dispuestos a más desembolsos sin saber si les van a pagar o no.
Uno de los países que con más interés observa lo que pasa al otro extremo del Mediterráneo es España. Allí el partido Podemos promete cosas similares a las de Syriza. Sus dos principales líderes (Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero) no solo son declarados admiradores de la “Revolución Bolivariana” de Hugo Chávez, sino que han sido asesores del chavismo. A finales de año habrá elecciones generales en España, y allí, como en Grecia, hay muchas y fundadas razones para echarse a temblar.