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Hay que alegrarse: la última estadística sobre los homicidios en Medellín confirma que en los comparativos entre 2014 y 2015 se cometieron 99 asesinatos menos. O si se quiere, se salvó ese número de vidas, lo cual equivale a una reducción del 42 por ciento en este indicador que es esencial para refrendar el éxito de buena parte de las políticas de seguridad urbana.
Que hay matices, que hay críticas, que hay lunares, que hay otros indicadores de criminalidad que no son de tan buen augurio, es posible. Pero hay una realidad objetiva incontrovertible, de orden numérico y de orden circunstancial, que refleja la disminución cierta de los homicidios.
Siempre hemos ido al fondo, al sustrato de las interpretaciones de estos indicadores, para llamar la atención e invitar a las autoridades locales a que no bajen la guardia y a que no crean que ya todo está hecho en materia de seguridad urbana. Y hemos sido especialmente críticos en no vender la idea de que una Medellín con menos homicidios es una ciudad controlada, sin fenómenos de violencia, totalmente recuperada de las patologías criminales que la han afectado por décadas.
Pero esta vez, y esperamos que la realidad callejera de los próximos meses no rebaje los ánimos y el optimismo, hay que saludar incluso en términos de imagen, de atmósfera pública, los presentes resultados: de 238 homicidios en los primeros 120 días de 2014 se pasó a 139 en igual período de 2015. Qué alentador decirlo. Qué saludable para todos escribirlo y confirmarlo.
Las sociedades en crisis (en el sentido positivo) y transformación, pero también las resilientes y capaces de afrontar adversidades mayúsculas como la de una violencia urbana que por momentos pareció irreductible, inexplicable e imperecedera merecen un brindis, un masaje de cuerpo entero cuando advierten que es posible reinventarse y superar ese clima de pesimismo.
Por eso, sin cortesías exageradas, pero con la sensatez para reconocer un avance de esta magnitud, no es inoportuno levantar el pulgar y sonreír frente a este quiebre muy significativo de las matemáticas de la muerte y la violencia. A Medellín le caen como un bálsamo revitalizante noticias de primera plana así. Si nos empeñamos, todos, 2015 podría bajar de los 600 homicidios anuales en una ciudad con una población y una complejidad urbana crecientes. Lo cual dice que ante un reto administrativo y social mayor, la ciudad es capaz de descender sus tasas de asesinatos.
El aumento del pie de fuerza, el trabajo interinstitucional y en equipo, el reforzamiento tecnológico, la focalización geográfica de los delitos, el aumento de la operatividad policial en tiempos y presencia, las políticas sostenidas y optimizadas de seguridad, y quizás un estratégico bajo perfil del crimen organizado, están confluyendo para que Medellín disfrute del período de mayor respeto a la vida de los últimos 30 años.
Es que en 35 de los primeros 120 días del año no hubo asesinatos, lo cual podría acercar la ciudad, al final de 2015, a 18 homicidios por 100 mil habitantes, una estadística que la pone lejos, muy lejos de aquel estigma de haber sido alguna vez la más violenta del planeta. Hay que combatir otros delitos como el hurto a mano armada, el microtráfico, la extorsión y la explotación sexual, pero es felizmente constatable la reivindicación creciente del derecho a la vida.
Y eso, a cualquier sociedad, la debe llenar de orgullo.