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El Ministerio de Defensa es una cartera de responsabilidades bastante especializadas. Exige un alto nivel de gerencia y administración de recursos humanos, logísticos y operacionales. Demanda conocimientos en el terreno de la legislación nacional e internacional humanitaria y de derechos humanos. Impone el conocimiento de las geografías, los territorios, las idiosincrasias y la historia de la nación. Y, por supuesto, reclama a un líder que entienda la doctrina militar en la extensión de sus variables institucionales, sin perder de vista lo que, de fondo, implica aquello de que “la guerra (la fuerza y las armas) es la política por otros medios”.
Ello, sin ahondar en el enorme peso que tiene la gestión de un ministro de Defensa en un país que aún atiende numerosos conflictos subregionales y que combate a actores armados ilegales diversos.
De esa dimensión, y otras periféricas más, es la tarea de un Ministro de Defensa en un país como Colombia. Porque hacia afuera, además del sustancial concepto de la soberanía, un titular de esa cartera debe entender que hoy tiene un vecindario inflamable cuyas llamas pueden iniciarse fácilmente en los 2.200 kilómetros de frontera con una Venezuela frágil y agitada, permeada además por el Eln y por las disidencias de las Farc.
Hay que empezar por decir, entonces, que un nuevo ministro de Defensa debe conocer al detalle los grados, dinámicas, singularidades, fortalezas y debilidades de las Fuerzas Armadas. Ello en un momento de crisis recientes, pero también en respuesta a las críticas que gravitan con motivo del proceso de diálogo y los acuerdos de La Habana que, a juicio de algunos analistas, “adormecieron y bajaron la moral y operatividad” de las tropas oficiales.
La seguridad interna y la defensa del territorio son una tarea que no admite treguas ante amenazas aún no diluidas ni neutralizadas ni desmovilizadas como los grupos subversivos y sus engendros residuales. También, en el auge de los cultivos ilícitos y el narcotráfico, hay un cuadro fortalecido de bandas criminales que no solo alienta economías ilícitas sino que es permanente foco de violaciones de derechos humanos e inseguridad para comunidades y ciudadanos periféricos, pero también en centros urbanos capitales e intermedios.
El nuevo ministro debe ser consciente de la necesidad de la defensa que debe hacer de sus hombres, ante la comunidad internacional, las ONG, la oposición, el Congreso y los mismos ciudadanos. La solidaridad de cuerpo es indispensable, no en la ultranza de defender lo indefendible, sino en la importancia de que las tropas sepan que tienen a un “compañero de filas”. Un “lanza” capaz de la crítica, pero sobre todo de respaldo y lealtad.
Los nuevos tiempos ponen sobre el tapete numerosos retos operacionales y exigencias de resultados, pero sin que aquellos retos y metas sobrepasen líneas esenciales de doctrina en el respeto de los derechos humanos y de los convenios y tratados firmados por el Estado colombiano con la comunidad internacional.
Expertos consultados por este diario señalaron que es capital que la Fuerza Pública cuide y haga brillar ese escudo con el que protege los principios constitucionales: la salvaguarda de la vida, honra y bienes de cada ciudadano. Ese patriotismo entrañable que debe hacer de los soldados y policías los garantes del orden, la legalidad y civilidad en un Estado Social de Derecho. Se busca un Ministro consciente de tan elevados retos, deberes y responsabilidades con el país.