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Hacer un homenaje a un hombre humana, intelectual y éticamente inmenso como Otto Morales Benítez, no puede reducirse a hacer la reseña protocolaria de sus ejecutorias como político, pensador, escritor o dirigente.
Es inevitable, eso sí, hacer un recuento de ello para que, sobre todo las nuevas generaciones, sepan que en este país sí ha habido líderes de una talla moral incuestionable, dotados de una cultura universal como ya existen muy pocos, y que la decencia, el optimismo y la fuerza vital de un hombre público, virtudes todas ellas de las que hizo gala el caldense fallecido el pasado sábado, dejan honda huella en sus contemporáneos.
Como senador, como ministro de Trabajo, como precandidato presidencial, como Comisionado de Paz, Otto Morales dio probadas muestras de su talante liberal, de lo mejor de los ideales de ese liberalismo en el que siempre militó: la tolerancia, la apertura de ideas, el respeto por el contrario, el humanismo y una incesante preocupación por la suerte de los abandonados por el Estado y por el sistema económico. Muchas veces debió haberse sentido solo en su propio partido, ocupado este en tareas meramente electorales y con dirigentes que no le daban la medida, ni en ética ni en intelecto.
Fue Comisionado de Paz en los primeros meses del gobierno de Belisario Betancur. Allí sufrió en carne propia la incomprensión y la soledad. Tuvo que vérselas con una guerrilla que ya sabía de sobra que los diálogos son parte de la estrategia de “combinación de todas las formas de lucha”, así como con oficiales formados en la mentalidad de la Guerra Fría. Se retiró cuando supo que “los enemigos agazapados de la Paz” harían inviable su noble propósito.
Como pensador, intelectual y escritor, la obra que deja Otto Morales es simplemente abrumadora. Nada de lo humano le era extraño. Ninguna de las vicisitudes de los hombres ni de los pueblos ni de los Estados fue ajena a su pluma ni a sus profundas reflexiones. El ámbito de sus desvelos y de su obra escrita, publicada apenas en parte, abarca desde el periodismo, el derecho, la antropología, la historia, la sociología, la economía, el indigenismo, la geopolítica, hasta la seguridad social, la geografía o la crítica literaria. Y todo ello con un estilo depuradísimo, de claridad diáfana y castellano impecable, con profundidad e indeclinable inteligencia.
Y no podemos dejar de proclamar el orgullo que para esta Casa centenaria constituye que Otto Morales Benítez hubiese comenzado su andadura de escritor y periodista en las páginas de EL COLOMBIANO y de su suplemento Generación. Siendo aún estudiante en la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana, su profesor de Derecho Constitucional, Fernando Gómez Martínez, lo invitó a dirigir el suplemento literario, donde también contó siempre con el apoyo y estímulo de don Julio C. Hernández. Otto tenía 19 años y ganas de abarcar todo el mundo de las letras. Aquí abrió espacios impensados. Aquí gozó de plena libertad, la cual reconoció y agradeció toda su vida, en gesto noble y gallardo que lo honra, y que a nosotros también nos honra. Un antecedente que algunos deberían estudiar para no despachar la historia de este periódico con dos o tres simplezas.
Con Colombia, tributamos un adiós emocionado a este patriota, a este intelectual irremplazable cuya carcajada iluminó, al igual que toda su deslumbrante obra ensayística y literaria, el panorama no siempre luminoso de un país que, como él, no cesa en su empeño de buscar la concordia.