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Improvisando otra vez en materia constitucional, el Gobierno habla de una nueva reforma política, la cual será introducida por la vía del “fast track”, procedimiento que, de excepcional, está pasando a regla general para modificar, sin límite material, la Carta Política. Por paradoja, sostuvo la Corte Constitucional (Sentencia C-699/16) que el “Fast track” no implicaba una sustitución de la Constitución.
Dudo que las modificaciones propuestas –supresión de la Vicepresidencia de la República, período de cinco años para el Presidente y otros funcionarios, voto obligatorio, eliminación de la circunscripción nacional– sean indispensables o urgentes para contribuir efectivamente a la paz. En 2003 y en 2009 fueron aprobadas –también improvisando– otras dos reformas políticas, cuyas reglas fueron presentadas como excelentes en su momento, aunque no han sido afortunadas. La improvisación solo deja frustraciones.
Recordemos también lo acontecido con la reelección presidencial, aprobada con alborozo en 2004 y derogada con entusiasmo en 2015 por iniciativa del presidente recién reelegido. Se quería que nadie permaneciera mucho tiempo en el poder, pero ahora se busca ampliar el período a cinco años, experimento que no aportará nada para la paz y que, como se sabe, ha fracasado en otros países.