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La noche en que las ánimas caminan de la mano de los devotos

Noviembre comienza con la celebración del Día de los Muertos, fecha en la que diversos pueblos antioqueños, como en Copacabana, acostumbran pasear con las almas del purgatorio.

  • Su traje es una capa, un gorro, dos guantes negros y una campana de cobre. Este año, cambió su capa por una impermeable. FOTO Miguel Ángel López
    Su traje es una capa, un gorro, dos guantes negros y una campana de cobre. Este año, cambió su capa por una impermeable. FOTO Miguel Ángel López
  • “Chuchohuevo” camina siempre de primero y mirando todo el tiempo al piso. Algunos que lo acompañan, se cubren el rostro también con una capucha.
    “Chuchohuevo” camina siempre de primero y mirando todo el tiempo al piso. Algunos que lo acompañan, se cubren el rostro también con una capucha.
  • La caminata empezó con escasas 20 personas y hacía la 1 de la mañana, ya eran más de 50 las que recorrían el pueblo junto al animero.
    La caminata empezó con escasas 20 personas y hacía la 1 de la mañana, ya eran más de 50 las que recorrían el pueblo junto al animero.
04 de noviembre de 2016
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A la medianoche suena ese primer campanazo. “Dios te salve María, llena de eres de gracia”, reza Jesús Torres, el animero de Copacabana, más conocido como “Chuchohuevo”, mientras 20 jóvenes lo siguen por los pasillos del cementerio y responden: “Santa María, madre de Dios”.

En la noche del 2 de noviembre, el Día de los Muertos, este animero comienza su tradición de honrar a los difuntos y sacar a pasear las ánimas del purgatorio.

La Twittercrónica camina junto a las personas que, con devoción, acompañan a “Chuchohuevo” en la tarea que lleva realizando por 52 años.

Sin maestro, sin discípulo

Cuando tenía 19 años un misterioso hombre llegó a su pueblo desde Barbosa. Sin familia o conocidos, él salía todas las noches de noviembre, sin compañía alguna, a rezar padres nuestros y tocar una campana.

Él fue el primer animero que conoció “Chuchohuevo” y, junto a otros dos amigos, lo empezaron a seguir a escondidas para conocer cómo era su trabajo.

Tres años después, este maestro sin libros dejó Copacabana con el mismo silencio con el que llegó, ni siquiera con una tumba en el cementerio junto a las ánimas que acompañó.

Entonces, estos tres jóvenes le pidieron permiso al párroco y tomaron lo que aprendieron, prometiéndoles a las ánimas que no las abandonarían. “Ellas lo ayudan a uno y solo piden es que uno haga lo mismo”, comenta Jesús.

La primera noche salieron los tres juntos. Después se empezaron a rotar las veladas de noviembre en las que sacaban a caminar a las ánimas. Eso, hasta que sus dos amigos fallecieron y el compromiso quedó únicamente en las manos, o en los pies, de “Chuchuhuevo”.

La tradición se fue forjando y cada vez comenzaron a aparecer más personas que lo acompañaban en su recorrido. “Son muchos jóvenes, algunos que me respetan, otros que lo toman de recocha; pero ninguno que quiera seguir con mi trabajo. Yo sí quisiera, pero a todos ellos les da miedo”, dice riendo y ninguno se lo niega.

Al llegar la medianoche

“En la casa 49, cerca al cementerio, por el puente de Haceb”. Todas las instrucciones para llegar a su casa fueron vagas, menos las que da una pequeña de unos 10 años que afirma ser su “fan número uno”. Derecho, tres cuadras más y luego a la izquierda.

A las 11 de la noche, afuera de su puerta, ya había cuatro jóvenes esperándolo. La mitad de ellos era la primera vez que salía, otro era Alexánder Álvarez, el sepulturero de 20 años. “Pienso que la labor del señor Jesús no la coge nadie por todas las responsabilidades”, dice con respeto, antes de saludar con un apretón de manos al “animero” cuando sale de su casa en ropa deportiva y su característico traje en las manos.

Más tarde, arriba al cementerio Nuestra Señora de La Asunción y da el primer campanazo. Empieza a rezar el Ave María mientras lo recorre con 20 personas más detrás de él. Al llegar a la primera casa del sector Las Vegas, todos se quedan en silencio, excepto “Chucho” que repite: “un padre nuestro por las benditas almas del purgatorio por amor a Dios” y lo acompaña de tres campanazos.

Solamente hay dos reglas para caminar junto a las ánimas: primero, que hay que llevarlas devuelta al cementerio antes de las 3 de la mañana o se convertirían en brujas y duendes; y, segundo, que el animero no puede mirar hacia atrás, porque dice que moriría.

Los locales que están abiertos apagan la música y lo miran pasar. En las ventanas y balcones aparecen espectadores que se dan la bendición. Los carros y las motos se detienen. Los perros le ladran a la procesión.

“Chuchohuevo” camina rápido por las calles, deteniéndose solo para girar y retoma la marcha con un campanazo. Algunos más se le unen, otros dejan la caminata, pero él siempre la termina y se prepara para continuarla en la noche siguiente.

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