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Un circo que se vive al sol y al agua

En los semáforos de Medellín, artistas callejeros muestran sus mejores malabares, una práctica que puede ser rechazada y criticada por muchos, pero nunca ignorada.

  • Un circo que se vive al sol y al agua
  • FOTOs jonhatan acevedo escobar
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23 de septiembre de 2016
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Un semáforo tiene una utilidad clara para la movilidad de la ciudad, pero su significado cambia cuando un malabarista está a su lado. La Twittercrónica paró en el de la avenida Nutibara con circular 74 B para ver el trabajo de Juan Esteban Muñoz, un artista de calle.

El inicio de “el Rasta”

Juan Esteban tiene 20 años de edad, y no tiene un lugar fijo en lMedellín para mostrar lo que sabe hacer con la clavas, los aros o el diábolo.

Empezó a los 13 años cuando un amigo del colegio le enseñó las piruetas que podía hacer. Por ese tiempo, y sin mucha experiencia, bajaba desde Santo Domingo Savio, su barrio, a recorrer las calles de la ciudad para mostrar lo que estaba aprendiendo.

El bolsillo de “el Rasta” se llenaba y eso lo entusiamaba: “es que, además, con eso ya me empezaba a pagar mis cosas, a ser independiente. Pero también fueron dos años en lo que perdí muchas cosas... El colegio, por ejemplo, y pues yo si quería entrar a la universidad”.

De hace algunos años, cuando tenía su pelo lleno de dreads (como lo llevan los rastas), le quedó el sobrenombre; ahora tiene la mitad de su cabello teñido de rubio, expansores de 30 mm, uno en cada en cada oreja, y unos tatuajes que le hicieron gracias a saber hacer aquellas ‘rastas’.

“Una vez una muchacha me dijo que si le hacía los dreads, de pura energía se los hice, me preguntó que cuánto le cobraba pero, pues, yo se las había hecho de pura bacanería, al final me preguntó que si me quería hacer un tatuaje, y pues yo no me negué”, recuerda Muñoz entre risas.

La plata importa

La tarde estaba pasada por lluvia y para ‘el Rasta’ era un golpe en las ganancias del día: “apenas salí, hice un semáforo y una señora me dio dos mil pesos, y me animé porque el día iba a arrancar con toda, apenas me los metí al bolsillo empezó a llover; aquí llevo dos horas y no me he hecho ni ocho lucas”.

Las mañanas para Juan Esteban son mejores, y no solo porque gana más; según él, la energía fluye mejor. “Por la mañana la gente está de buen humor, está más tranquila y es más amplia, a veces uno no trabaja para que le den un montón de plata, es bueno de vez en cuando recibir una sonrisa de agradecimiento y en la mañana la gente está más tranquila”.

Amor por lo que se hace

Las críticas a la labor que realiza Juan Esteban vienen de todas partes, desde aquellas señoras que al darle una moneda lo quieren convencer de que deje la calle, hasta su mamá que no ve con muy buenos ojos lo que hace. Pero él ve su arte con amor.

“ A mí lo que más me gusta de los malabares es la disciplina, porque con ellos me entreno cada día, es como un deporte porque hasta uno se pone con buen físico, sacar un truco nuevo da tremenda alegría y si uno está triste juega malabares, y si está feliz, con mayor emoción lo hace”.

Sueños por cumplir.

Los malabares a ‘el Rasta’ no solo le han dejado plata, también una novia a la que dice que adora y que lo acompaña en ocasiones a hacer espectáculos en la calle.

Le ha dejado también amigos de todo el mundo, como aquellos argentinos que alguna vez lo invitaron a cerveza o el talentoso francés que tocaba guitarra y cantaba. Pero quizá lo que más le ha dejado es las ganas de viajar y explorar el mundo. “Lo que más me enamoró de esto es que me puede llevar a todas partes, ya fui a Cali, Popayán y Leticia”.

El objetivo de Juan es claro, él no se piensa quedar toda la vida haciendo malabares, “yo quiero viajar por América del Sur, ojalá acompañado de mi novia, ella también quiere pero antes tiene que terminar la universidad, la tengo que convencer. Luego quiero volver para entrar a la universidad; pero si me muero antes de conocer todo lo que yo quiero conocer, eso sería muy triste para mí”.

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