viernes
7 y 9
7 y 9
Marcos, el evangelista, tiene cuadros deliciosos en que la fantasía está al servicio de la realidad. Un joven llega corriendo con la velocidad de un caballo y se arrodilla a los pies de Jesús, con este saludo: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para tener en herencia vida eterna? Jesús le dice: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios” (Mc 10,17-18).
Todo ser humano tiene experiencia de la bondad, la verdad, la felicidad y la belleza, sustantivos abstractos, entes de razón con fundamento en la realidad. Existen las personas buenas, verdaderas, felices, bellas.
Quien es más atrevido, se encuentra con la sorpresa de que estos sustantivos abstractos se refieren a una realidad concreta, más allá de la fantasía. Bondad, verdad, felicidad y belleza, cada una a su modo, es Dios, la realidad concreta por excelencia.
Cuando Jesús le dice al joven que solo Dios es bueno, le indica que todo el que es bueno, verdadero, feliz y bello, participa a su modo del ser divino.
Dios, sin ser nada ni nadie, es invisible, inaudible, intangible, inespacial, intemporal. El prefijo ‘in’ indica negación: no se ve, no se oye, no se toca ni espacial ni temporal. Con todo, es lo más concreto, hasta el punto de que Voltaire afirmaba con gran acierto: “Para saber si hay un Dios, solo te pido una cosa, que abras los ojos”.
Dios es la evidencia de las evidencias. Lo veo, lo oigo y lo toco con los ojos, los oídos y las manos del corazón, un mundo prodigioso que tengo por descubrir y cultivar en mi más profunda intimidad, en espera de que la haga concreta en mi vida cotidiana.
Existe una geografía del cuerpo, espacial; y una geografía del alma, espiritual. S. Teresa, incansable viajera de la geografía interior, pudo escribir: “Se le muestra la Santísima Trinidad [...], y por una noticia admirable [...] entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios” (Moradas 7, 1, 6).
La Trinidad va más allá de todo cálculo. Sor Isabel, vidente arrobada, escribió en el silencio del corazón: “¡Oh mis Tres, mi Todo, mi eterna Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo! [...] Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas”.
¡Trinidad, el misterio absoluto que llena la vida de sentido!.