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Desde que era niña, los cuentos sedujeron a Aurita López Posada. Después, ella sedujo con cuentos a todo aquel que la escuchaba.
El primero que se rindió ante aquel atributo fue su padre, Germán, un hombre sin gran formación académica, pero aplicado lector de literatura, que alimentó siempre el deseo de ser escritor. “Me quería mucho a mí, porque leía y escribía cuentos”, contó Aurita López, hace poco más de un año, para un perfil que de ella publicó el semanario Generación de EL COLOMBIANO.
Nacida en Venecia, según su sobrina María Isabel Amaya, y trasladada muy temprano a Yarumal, Aurita —como prefería que la llamaran; no Aura— encantó luego a multitudes, a las que atrapó como a moscas en la miel de su voz, con cuentos que leía en la Emisora de la Cámara de Comercio de Medellín.
Y de cuerpo presente, en la Biblioteca Pública Piloto, en el Museo de Antioquia, en Comfama, en el Jardín Botánico y en la Fundación Confiar.
Juan Luis Mejía, rector de Eafit, dice: “La conocí en la librería Aguirre —casi todas las personas con las que uno habla la conocieron allá, en Sucre, entre Maracaibo y Caracas—. No era vendedora de libros sino librera: una verdadera consejera. No sé si yo compraba o ella me regalaba la revista Cuadro, de cine. Luego en la Piloto, cuando fui director, estuvo siempre en los temas de promoción de lectura”.
A esa librería llegó ella en 1959, invitada por Alberto Aguirre. Tenía 26 años y era locutora en La Voz de Medellín, de RCN. “La suya y la de Carlos Mejía Saldarriaga eran las voces más bellas de esa emisora por aquellos días”, recuerda el escritor Darío Ruiz Gómez, quien agrega que ella compartió con otras figuras, como Lola Ramírez. “Además de entrevistas, ella hacía guiones para los programas”.
El comentarista deportivo Wbeimar Muñoz Ceballos también recuerda haberla oído en RCN. Él estaba recién llegado de Sevilla, Valle del Cauca. “Había muy poco que escuchar y me deleitaba con su voz, una de las más melodiosas de la radio y dueña de una dicción perfecta. Después, cuando Caracol estaba en Maracaibo, entre Sucre y la Oriental, la visitaba diario en la librería cinco o diez minutos cuando iba de paso”.
Y esa dulzura que transmitía por la radio la disfrutaban sus amigos en el trato cotidiano.
Sergio Restrepo, director del Teatro Pablo Tobón, la define como “un ángel con carácter fuerte”. Compartieron en el Jardín Botánico, entre 2007 y 2010, cuando ella laboraba en la parte cultural del parque y él en la coordinación de la agenda cultural de la Fiesta del Libro. Tenían oficinas contiguas en el edificio de cristal. “La veía caminar con su bastón como extensión de su cuerpo... Daba la idea de ser frágil, pero era fuerte. Uno sentía que venía detrás y, cuando menos pensaba, lo alcanzaba y sobrepasaba”.
Con carácter o, mejor, con vehemencia, defendía sus posiciones culturales. Y políticas: Ruiz Gómez comenta: “Aurita López hizo parte del grupo de mujeres que en Medellín lucharon por conseguir una participación ciudadana en igualdad de condiciones que los hombres. Marchaban por el derecho a tener una sexualidad independiente, por el derecho a la no penetración; eran miles de marchas para conseguir que Medellín dejara de ser una aldea. Dora Ramírez, Sofía Ospina, Marta Elena Vélez, Rocío Vélez de Piedrahíta y muchas otras mujeres intentaban abrir una mentalidad más cerrada que una bóveda de banco”.
Enrique Betancur, comunicador, trabajó con ella en el Museo y el Jardín. Cuenta que le gustaba caminar por el Centro de Medellín y hablar con la gente. Está convencido de que “la muerte de Alberto Aguirre —en 2012— le dio muy duro. Ahí comenzó ella a bajar de nota. Luego le apareció el Alzheimer”.
Y tal vez tenga razón. Ruiz Gómez dice que, en el centro de atención a ancianos de Girardota, donde terminó, repetía: “voy a hablar con Alberto”.